martes, 29 de noviembre de 2011

China, algo más que cifras

Hablar de China es enfrentarse al miedo a lo desconocido. Cuando un occidental se acerca a ella, le viene a la cabeza inevitablemente el apelativo de “gigante asiático”,  y de inmediato comienza a hablar de números, de PIB, de exportaciones, de potencia emergente, de “segunda economía mundial”. Pero China es algo más que cifras.
Muchos autores coinciden en que el auge de China en el comercio internacional va a desarrollar un nuevo orden mundial más descentralizado, que dé lugar a una nueva concepción de mercado, quizás más basada en el “capitalismo de estado”. No obstante, rara vez nos paramos a pensar qué conlleva un protagonismo tan evidente de China, más allá de los valores económicos. Son más cosas las que el país asiático puede exportar si sus decisiones adquieren relevancia a nivel internacional. Lamentablemente, no todas son buenas.
China es un país muy avanzado económicamente, pero socialmente le queda todavía mucho camino por andar. El Partido Comunista de China (PCCh) ha aniquilado desde los años 50 a toda una corriente de intelectuales por ser considerados contrarrevolucionarios, y desde entonces no se ha escuchado a una voz que no sea la oficial, la del Partido, la comunista. Mientras tanto, ante la pasiva mirada internacional, el Gobierno Chino ha perpetrado crímenes de manera continuada, ha vulnerado los derechos humanos de toda disidencia y pasado por alto las denuncias de organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional.
Baste decir el nombre de Liu Xiaobo, Premio Nobel de la Paz en 2010 por la redacción de la carta 08, un texto que a cualquier ciudadano de un país democrático pudiera parecerle evidente e inofensivo. Xiaobo fue encarcelado y su concesión del Nobel fue duramente criticada y censurada por el gobierno chino. No se puede olvidar tampoco a Ai Weiwei, artista que también fue detenido ilegalmente. Hay más, claro. La lista es larga: la represión en el Tíbet, el tráfico de órganos contra los practicantes del Falun Gong…
La represión, la práctica ausencia de derechos humanos, es desalentadora. Quizás por eso a muchos les entra el vértigo cuando piensan en ese nuevo orden mundial que, según anuncian las previsiones del FMI, estará controlado por China en 2016. EEUU, sin ir más lejos, observa al país asiático con recelo, pero no lo pierde de vista. No es baladí que en la última visita de Obama a Asia, con motivo de la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, se reuniese tanto con el Primer Ministro Wen Jiabao como con el presidente Hu Jintao. Sus relaciones son tensas; mientras Obama acusa a China de no cumplir las normas en cuanto a la cotización de sus divisas, China le acusa de interponerse en las disputas que mantiene con otros países asiáticos por las islas Spratly y Paracel.
China está tensa. EEUU ha anunciado que a partir de 2012 desplegará tropas en Dar-win (Australia), completando así un eje que se extiende también en Japón, Corea del Sur, Taiwán y Guam. Pero es evidente que también a Obama le sudan las manos cuando piensa en el país asiático. Por eso tanto control. EEUU tiene a China en su punto de mira.
No es el único. Los occidentales tememos a China, con el mismo recelo con el que se teme a lo misterioso e indescifrable. El Partido Comunista está lejos de ser un partido democrático, pero es un error de todos el asimilar a China con el PCCh que ahora mismo le gobierna. Los tiempos cambian, y la globalización llega para todos, tarde o temprano. China ha concentrado todos sus esfuerzos en la eliminación de la disidencia y de ideas contrarrevolucionarias, pero en algún momento descubrirá que cerrar las redes sociales (Facebook y Twitter están prohibidas) poco puede hacer para frenar la información que los chinos reciban desde occidente.
Tarde o temprano, los ciudadanos descubrirán que existe una alternativa. Quizás dentro de no mucho estemos hablando de una primavera china. En la actualidad, al menos, aumenta la escolarización de los niños, aumenta asimismo el PIB y la calidad de vida de sus habitantes, y se revela una cierta occidentalización de la cultura china. Poco a poco, todos imitamos, todos nos parecemos. Los países árabes del mediterráneo celebran ahora elecciones democráticas. China, por el momento, celebra ferias de gastronomía internacional y adopta al perro como animal de compañía. Tal vez esto solo sea el comienzo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El invierno árabe


Ha llegado la hora de Egipto. Hombres y mujeres aguardan en largas colas desde las 8 de la mañana para votar en las primeras elecciones sin Hosni Mubarak. Han tenido que esperar más de 30 años, pero los ciudadanos egipcios pueden recoger ya los frutos de la primavera árabe y los partidos políticos, tras las sombras bajo el mandato de Mubarak, podrán ser elegidos de manera democrática. Al menos, esa es la teoría.

No escasea el escepticismo a nivel internacional, ni tampoco entre los propios votantes. Conviene recordar que desde hace algunos días se producía una nueva oleada de revueltas que se saldaba con la intervención del ejército. La sangre corre en el país del Nilo con un caudal preocupante. Algunos, incluso, apuntan a que las cifras son más escandalosas que cuando todavía estaba Hosni Mubarak en el poder. La escritora cairota Ahdaf Soueif afirmaba: “hemos tenido 40 víctimas mortales en sólo cuatro días: esto es peor que con Mubarak.”

Tras su cese del poder, es el mariscal Mohamed Tantaui su sucesor provisional hasta junio, cuando termine el larguísimo y complejo proceso electoral. Mientras tanto, el SCAF (Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas) ha empleado la fuerza física contra la revolución, con actuaciones espeluznantes, como la matanza a la minoría copta que se manifestaba en El Cairo de forma pacífica en el pasado mes de octubre. La agresividad no frena con el paso de los días. Muy al contrario, Tantaui, mostraba una actitud amenazante con respecto a las elecciones, asegurando “consecuencias extremadamente graves” contra los “alborotadores” que interfirieran en el proceso.

Muchos se cuestionan si éstas serán limpias. Los ciudadanos no olvidan que Tantaui fue uno de los más cercanos colaboradores de Mubarak, y la tradición democrática de este país deja mucho que desear. No obstante, los egipcios depositan su confianza en las urnas, y los medios de comunicación hablan de éxito. En cualquier caso, una cosa está clara: Egipto se juega la credibilidad de su sistema democrático en estas elecciones. Y la Comunidad Internacional, por el momento, no le mira con buenos ojos.

Con respecto al ganador, todo apunta a los Hermanos Musulmanes, grupo político partidario de un gran protagonismo de la religión islámica en la vida política. Si los pronósticos se cumplen y los Hermanos Musulmanes se erigen como ganadores en la legislativa, la nueva constitución estaría basada en la Sharía (ley islámica) y las minorías religiosas, como los coptos, habrían de buscar su lugar en el país con una cierta dificultad.

Egipto no está solo. Se prevé que los frutos de la primavera árabe sean, a grandes rasgos, gobiernos islamistas. Túnez encontraba en Rachid Ghannouchi, líder islamista, al presidente de su primer gobierno tras la caída de Ben Alí. El mismo camino seguía Marruecos, que daba el poder al partido islamista Justicia y Desarrollo (PJD). También en Libia el presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafá Abdel Yalil, instauraba la Sharía hasta la convocatoria de elecciones. Las consecuencias aún están por revelarse. Sin ir más lejos, el caso de Libia trajo consigo la despenalización de la poligamia (pues así lo estipula la ley islámica), lo cual supuso un retroceso para las mujeres libias.

La Unión Europea critica duramente la islamización democrática de los países árabes, motivada en parte por este tipo de vulneraciones de los derechos de la mujer que una interpretación radical del Corán puede llevar consigo. Pero sus críticas tienen sus principales raíces en ese falso paternalismo que siempre ha mostrado el mundo occidental con los países árabes. No es momento de ser hipócritas, no creamos ser los más adecuados para velar por los intereses de la población árabe; hagamos memoria. No hace mucho Sarkozy recibía con los brazos abiertos a Gadafi y meses después vitoreaba en Trípoli su felicidad ante una Libia libre del dictador. Las preocupaciones de quienes ahora critican el islamismo en la vida política no siempre han ido más allá de los intereses petrolíferos.

El islamismo es peligroso, es cierto, cualquier radicalismo que ignora o minusvalora a parte de su sociedad, lo es. En ese aspecto, cabe reconocer que a la Unión Europea le mueve un escepticismo motivado, pero muchas veces peca de soberbia. Nuestro imaginario nos dicta que una democracia debe ser laica, entre otros muchos patrones que hemos asimilado como únicos e irremplazables. Sin embargo, una democracia no es más que la libertad en su estado más puro: la libertad de los ciudadanos por elegir qué desean para su país. Si lo que ellos ansían es, y así se demuestra en las elecciones, un gobierno islámico basado en la Sharía, a la Unión Europea no le queda otra que aceptar la heterogeneidad de la raza humana.

Lo que sí debe preocupar, no solo a la Unión Europea, sino de manera especial a la ONU, es la verdadera transparencia de las elecciones en unos países con una trayectoria democrática débil o problemática. Hasta ahí radica la función de Naciones Unidas.

Hoy es el turno de Egipto. En febrero llegará el de Yemen, y se prevé que el de Libia tenga lugar también en los próximos meses. La primavera árabe se hace invierno, y evidentemente ya no todo son flores. Decae la esperanza y llega el frío. Pero muy lejos de la crítica fácil hacia lo diferente, muy lejos de considerar el modelo occidental como único modelo legítimo, la ONU deberá vigilar, proteger, que todos y cada uno de los ciudadanos tengan derecho a decidir de manera libre el modelo de estado que desean.

No olvidemos la primera lucha que motivó las revueltas que comenzaban hace casi un año en Túnez. No olvidemos su auténtico objetivo: no era otro que la libertad. 

Texto: Jara Santamaría
Imagen tomada de El País.

martes, 8 de noviembre de 2011

Los inversores exigen la dimisión de Berlusconi

En España, José Luis Rodríguez Zapatero convoca elecciones anticipadas; en Grecia, Papandreu anuncia su dimisión. Ahora, es Berlusconi el siguiente en ver su cargo de Primer Ministro Italiano contra las cuerdas.

Su puesto no peligró tras los escándalos sexuales, pese a verse envuelto en rumores sobre la contratación de prostitutas menores de edad, ni pese al divorcio con su esposa tras su presencia en diferentes fiestas en compañía de varias modelos. Tampoco lo hizo su constante problemática con la justicia, sus acusaciones por malversación de fondos, fraude fiscal, falsedad contable e intento de soborno a un juez, aunque él mismo reconociera habercomparecido hasta 2.500 veces en 106 procesos (con un coste legal de unos 275 millones de dólares); ni tampoco la más que dudosa libertad de prensa en su imperio mediático.

Ha tenido que ser la crisis de los mercados la encargada de apretar la corbata de Berlusconi, un líder siempre en el punto de mira de sus ciudadanos pero capaz de salir airoso de toda polémica. Hoy, en cambio, ha perdido la mayoría absoluta e incluso su aliado Umberto Bossi, secretario general de la Liga Norte, le ha instado a dimitir. Poca confianza queda para Silvio Berlusconi, ahora que los inversores han castigado su presencia. La estrepitosa caída de la bolsa el día de ayer hizo saltar las alarmas de la eurozona, y tan solo una posible dimisión de Il Cavaliere parecía ser capaz de reanimar a los inversores.

Italia lo ha comprendido: con Berlusconi al mando, no hay salida de la crisis. La reputación de su líder supone un lastre en sus intentos de salvar su economía (que a día de hoy sufre de una prima de riesgo de 381 y ha llegado incluso a los 490 en las últimas horas). Decía ya la semana pasada Umberto Eco que, sin la presencia de Berlusconi en el gobierno “hubiéramos tenido esta crisis económica, pero el problema habría sido más leve. No es respetado en el extranjero y, por lo tanto, no puede representar al país.”

El Primer Ministro ha conseguido ya sacar adelante una enmienda que adopta las medidas que el presidente del Consejo había indicado en su carta a la Unión Europea, pero solo gracias a la abstención de una preocupada oposición. Stefano Folli, respetado comentarista italiano, afirmaba que "la mayoría (en el poder) parece estar disolviéndose como un muñeco de nieve en la primavera", de hecho solo consiguió los votos a favor de 308 de los 630 escaños. Incluso el Subsecretario de Defensa, Guido Crosetto, partidario de Berlusconi, coincidía: "No sé cuántos días o semanas le quedan al Gobierno. Ciertamente una mayoría que depende de tan pocos votos no puede continuar por demasiado tiempo".

Mientras Berlusconi niega los rumores de renuncia e incluso amenaza con buscar a los “traidores” responsables de la revuelta incluso en su propio partido, a los italianos les queda comprobar si es cierto eso que se dice de que muerto el perro se acabó la rabia. La crisis económica en la que se ve sumida Italia es altamente preocupante: la deuda pública supera el 120% del Producto Interno Bruto del país. Los analistas insisten en que Italia no es Grecia; su economía es la cuarta de la Unión Europea, y ésta no cuenta con capacidad para rescatarla.

Además, no puede olvidarse que Italia no dispone de un programa de reformas económicas que pueda evitar el crecimiento de la deuda mediante una reducción paulatina del déficit. En su lugar, existen propuestas inconcretas e iniciativas constantemente rechazadas por la oposición o incluso por miembros del gobierno. Al respecto, afirmaba también Umberto Eco que "la oposición está tan enferma como Berlusconi. Están peleando uno contra el otro, así que son incapaces de ofrecer una alternativa atractiva. Ésta es la segunda tragedia de la historia”, y está por ver si será capaz de aunar sus esfuerzos para salvar un país que ha perdido ya la confianza no solo de sus ciudadanos, sino también de los mercados.

Por lo pronto, si algo ha demostrado la crisis es que el poder del mercado es el que verdaderamente maneja los hilos de la política europea. Lo que no ha conseguido un sinfín de escándalos personales y profesionales lo ha logrado la presión de los inversores. Hoy, tras años de críticas sin verdaderas represalias, Il Cavaliere ve tambalear su presencia en el gobierno. Como se ha demostrado también con Zapatero o Papandreu, parece que una ola de cambio persigue a los integrantes de las peyorativamente llamadas PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España). Solo el tiempo dirá qué líderes resisten y cuales, en cambio, deben optar por retirarse.

martes, 1 de noviembre de 2011

Los hombres que se casaban con varias mujeres

Tenía 14 años cuando viajé a Egipto. Pese a mis ansias por usar sombras de ojos y beber alcohol como la gente adulta, lo cierto es que todavía era una niña. Poco sabía de aquello que sucedía en el mundo. Poco sé ahora, seguramente, pero en aquel entonces mi inocencia me llevaba a creer, hasta semanas antes de aterrizar en El Cairo, que los egipcios todavía creían en Ra y Bastet.

Esos viajes en grupo terminan convirtiéndose en una especie de campamento de verano, y recuerdo que mis padres hicieron rápida amistad con otras turistas valencianas, y que cuchicheaban y reían con cierto recelo cuando paseábamos por el Khan el Khalili y los comerciantes nos saludaban con la macarena y ofrecían camellos a cambio de comprarme.

Nuestro guía, cuyo nombre he olvidado por completo, era centro de cuchicheos entre los turistas. Por lo visto era “muy musulmán”, o eso decían, pero yo no entendía qué era eso y, por supuesto, tampoco entendía qué implicaba. Por eso fui tan impulsiva que me decidí a hacerle preguntas de aquellas cosas que no entendía. Para eso estaban los guías, ¿no?

Un día, entramos en un templo y nos obligaron a cubrirnos el cabello y los hombros con un pañuelo, y el guía empezó a explicarnos cosas sobre la mezquita. Terminó hablando de poligamia, y yo me quedé en silencio un rato pensando en si yo sería capaz de querer a dos hombres por igual y tenerles a los dos viviendo felizmente en mi casa. ¿Se pelearían? ¿Competirían por dormir conmigo? ¿Y si fuera al revés? ¿Sería yo capaz de compartir el amor de mi marido con una completa extraña? ¿Sería mi amiga? Y si uno de mis maridos tuviese más mujeres, ¿viviríamos todos juntos, si fuéramos muchos maridos y muchas mujeres? ¿No sería algo así como una comuna hippie?

Inocente de mí, me acerqué al guía mientras mis padres hacían fotografías de la mezquita junto al resto de turistas.

-Oiga… ¿entonces los hombres no se enfadan cuando su mujer les dice que quieren casarse con otras personas?

Miró a sus lados, turbado, y frunció el ceño.

-No, niña. Son los hombres los que pueden casarse con varias mujeres. Las mujeres no.

Acto seguido se rió como si lo que hubiera dicho fuese una tontería. Eso sí que me sorprendió. Lo medité unos instantes, y me pareció algo injusto.

-¿Por qué los hombres sí y las mujeres no?

Dejó de reírse. Bajó el tono y me miró con severidad.

-Mira, es así de sencillo. Si una mujer se quedase embarazada, ¿cómo saber quién es el padre? Sería imposible. En cambio un hombre puede tener varias mujeres y siempre sabrá quiénes son las madres de sus hijos.

Abrí la boca con la intención de decir algo más. Algo así como “qué más da, si todos sois parte de una familia”, o “¿es que a Egipto no han llegado las pruebas de paternidad?”, pero él me retuvo.

-Y tú deberías pedirle permiso a tu padre antes de discutir algo así conmigo.


En aquel momento supe que debía obedecer. No le pedí permiso a mi padre, como espero que no tenga que pedir permiso nunca para hacer preguntas, acto que por curiosidades de la vida se ha convertido en mi mayor vocación. Tal vez por eso no se me ha olvidado esa escena, tal vez por eso la tengo grabada. 

Hoy, cuando he leído en los blogs del País que Abdel Yalil (CNT) va a eliminar las restricciones de la poligamia en Libia por quedar instaurada la Sharia (ley islámica) en el Nuevo Estado de Libia, la escena ha venido a mi cabeza.

He imaginado a todas esas mujeres que esta primavera creían que la revolución también iba con ellas, por ellas. Me las he imaginado teniendo que cerrar los ojos y asentir ante la decisión de su marido de casarse hasta con 3 mujeres más (así lo estipula la Sharia), resignadas a que su nuevo país revolucionario y democrático lo ha impuesto así porque es lo mejor para “todos”. 

Me las he imaginado enamoradas, heridas, obligadas a convivir con la otra, sabiendo que ambas se reparten el amor de su marido, sus caricias, sus besos. Me las he imaginado preguntándose con cuál de las dos hará el amor su marido esa noche, sentadas en su cuarto, sin poder quejarse, respirando hondo, tratando de ignorar que incluso con el régimen de Gadafi la poligamia casi había sido abolida del todo y ellas podían prohibir a sus maridos la toma de una nueva esposa.

No parece tan democrático ahora el nuevo régimen libio. ¿De qué sirve luchar por las garantías de voto universal si las mujeres siguen sometidas al yugo de una sociedad patriarcal que ignora sus posibilidades de desarrollarse como ciudadanas en igualdad de derechos?

Poco puedo decir más allá del acertado título que los blogs de El País ha dado al artículo: La poligamia en Libia (o cuando la Primavera Árabe se hace  invierno).
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