lunes, 20 de febrero de 2012

Esta noche se merece otra ronda

Le voy a cobrar a tus labios tus miradas
por descarada y para sentir,
y poder vestir con tu sonreír mis raídos rincones,
donde duermen las flores que huyen del jardín de mi umbrío corazón,
y entre tu sol, y limpie mi cielo de nubarrones.
Y que mi sangre entone alegres canciones para entrar en escena.
Y se larguen mis penas por los callejones que dan al olvido.
Y acuda desnuda a mis noches oscuras tu luna llena
y alumbre las aceras donde hago hogueras pa trillar el ruido
que hacen las cadenas que arrastran la arena de mis bolsillos.

Y, para mi triste playa, quiero tus olas.
Y, para mi fuente seca, tu manantial.
Me noto sediento y va siendo hora
de ponerse al lío y beber del río que hay en tu mirar,
y espantar el frío que venía conmigo, lo voy a quemar.
Y, brindar por tus ojos a los cuales me arrojo.
Ya puedes mirar
que vengo vestido para que me empiecen a desnudar tus manos.
Tus manos...

Le voy a cobrar a tus labios tus miradas
por descarada y por placer,
pues quiero tejer mi amanecer con tu mañana,
y me invadan las ganas de arder en tu piel y probar tu calor.
Y con tu olor, bordar el aura que nos acompaña,
y notar que sanan las grietas que abre el puto dolor
cuando rompen las ramas de mi árbol,
cuando rompen las ramas de mi árbol,
y se resfría en invierno y no da sombra en verano,
y se resfría en invierno y no da sombra en verano,
y no da sombra...

(Sínkope, Le voy a cobrar a tus labios tus miradas)


Canciones de esas que provocan verdaderos escalofríos.

sábado, 18 de febrero de 2012

Casos reales: vol I.

Espero en la parada del cercanías leyendo a George Orwell. Llevo colgada de mi brazo la bolsa que regalan ahora en Fnac si compras libros de bolsillo (azul, con cuadritos y en cada uno de ellos el dibujo de un escritor). Un hombre de unos sesenta años, barba espesa y figura encorvada se acerca hacia mí sin ningún tipo de pudor y  comienza a mirar mi bolsa directamente.
-Coño, cuánta gente hay ahí.
Sonrío por educación, algo turbada, y vuelvo a pegar la vista en mi libro pero él insiste.
-¿Quiénes son?
-Escritores.
-¿Escritores? -frunce el ceño, se acerca aún más y ladea la cabeza-. Pues no reconozco a ninguno.
Se ríe y mira a sus lados, buscando la complicidad de quienes también esperan el cercanías y están sentados a mi lado. Yo cierro mi libro y le enseño mejor mi bolsa, señalando algunos dibujos.
-Agatha Christie, Edgar Allan Poe, Raymond Chandler, Conan Doyle... -enumero.
-Ni puta idea -me interrumpe-. Joder con la cría, sí que te gustan los escritores.
Asiento con la cabeza y esta vez soy yo la que busca la complicidad de quienes se sientan conmigo. Una mujer joven comparte conmigo una sonrisa, una casi risa, mientras niega lentamente con la cabeza. El hombre no se da por vencido.
-Pues ni puta idea -repite-. En mis tiempos no había escritores. Ahora hay muchos, pero en mis tiempos.... bah, cuatro. Han aparecido todos de golpe, como los maricones. Si llevaras una bolsa de cantantes de flamenco sí los reconocería.
Terminado su discurso, apoya su espalda en la pared y la arquea al ritmo de un tarareo que comienza. Parece flamenco. Vuelvo a abrir mi libro. Miro el reloj: todavía quedan 8 minutos hasta que llegue mi tren.

domingo, 12 de febrero de 2012

Febrero

Él dijo que tenía la voz preciosa. Ella se revolvió inquieta y dijo mira, se está haciendo de noche, y algo, no sé el qué, algo, prende fuego en las fachadas y en las calles. Echó a correr como persiguiendo a las aceras, corrió hasta desplomarse sobre la pared de un edificio viejo que la luz teñía al rojo vivo. Piel y ladrillo aplacaron sus temblores en el débil sol de un anochecer de febrero y él la siguió. Lo repitió. Cerró los ojos y se unió al fuego lento de las paredes, sin decir que la vida es un segundo que apenas se aprovecha, sin pensar en más atardeceres ni en el frío que cada año, a cada paso, cala más dentro y dentro de los huesos; sin decirle que la olvidará y que está bien así, sin explicarle que así funciona la vida, sin contarle que en cuestión de dos meses ambos se habrán hecho viejos y las canas crecen ya bajo sus retinas.
Solo eso. Solo frío y fuego.  
-Tienes una voz preciosa.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Same old café (o esperándote)



Quizás, con un poco de suerte, no escuchemos el crujir de las hojas muertas bajo nuestros zapatos. Y los columpios se enreden en las nubes y ya no sepan cómo bajar. Con un poco de suerte.  Con un poco. Y quizás aprendamos de memoria todas esas canciones, y puedas hacerlas sonar con tus dedos en mi espalda. Y yo sepa seguirte y te susurre mi propia letra al oído hasta hacerte cosquillas. Quizás las ventanas no den vértigo, o si nos contradicen sepas tejer una cortina con tu piel y mis labios. Y yo sepa decirte que te quiero, despacito, como se dicen las cosas cuando se dicen a conciencia. Y tú sepas escucharme. Y quieras creerme. Con un poco de suerte. 
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