Sentirte
parte de una nada infinita.
Hundirte
en la multitud que hormiguea la ciudad insomne entre los latidos del tráfico y
las luces.
Consciente.
Enfadada. Porque solo los pitidos de los coches combaten contra esa furia de
sueños, y risas, y gritos. Y lo sabes.
Y debería
haber una mano que sostener en ese instante, pero los dedos se aferran a un
bolso que temes perder ante un desafortunado choque en un paso de cebra. Y
dónde están esos cuentos. Dónde están esas ciudades, y el café para llevar, y
los encuentros fortuitos. Dónde está el lenguaje que comunica a personas tan
distintas, si
Madrid no es más que un laberinto de hormigas sonámbulas. Si aunque mires al cielo, la ciudad entera le desafía a no mostrar ni una estrella.
Pero aun sin luz todo son luces. Y sonidos. Y hay algo armónico dentro del caos.
Como si
las aceras siguieran el compás de mil saxofones desafinados
y te
invitasen a bailar.
Sostener ese instante con una mano <3
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