Él no bebe
cerveza.
Creo que no
hay vocabulario todavía que describa lo que ocurre cuando sus labios la tocan y
hasta el vaso se estremece.
No es algo
que se vea todos los días. Creedme si os digo que entre ellos ocurre algo que
te hace sentir indiscreta si lo miras. No sé quién seduce a quién, ni sé mi papel
cuando se acerca a ella y se empapa los labios. Le he visto entrecerrar los ojos
antes de dejarla entrar. He imaginado su lengua apretándola contra el paladar y
analizando sus detalles. Descubriendo sus aromas y desnudándola despacito.
La mira,
mientras tanto, escondida en su vaso.
Ella baila y
él echa su cabeza hacia detrás.
Se lo veo en
las pupilas: se le forman palabras. Ácida,
alcohólica. Le busca las cosquillas, la escucha. La entiende. Puedo
imaginar cómo se siente esa cerveza, expuesta en su boca, desnuda y sin secretos,
bailando entre sus labios porque, en fin, cómo no vas a dejarte hacer. Si te
hacen tan bien.
Yo le
observo sin entender nada cuando él le da una segunda oportunidad a sus
palabras y la vuelve a probar, insistente, sin dejar el vaso. No le entiendo y
él lo sabe. No digo nada. Les miro incómoda y fascinada ante el erotismo de sus
labios contra el cristal.
Deseando ser
cerveza
al menos, un
ratito.
La vida es como una cerveza!
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¡quién fuera cerveza!
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