martes, 27 de septiembre de 2011

Los medios y los conflictos internacionales

Hace mucho que no actualizo el blog (becariear es duro), así que aprovecho una reflexión que nos han hecho escribir en clase para reabrir el marcapáginas... 


Que la presencia de los medios de comunicación es necesaria para la existencia de una verdadera democracia es algo que a nivel internacional se da por hecho. Tanto es así que la libertad de información aparece recogida en documentos como la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, en su artículo 11. Para que el ser humano sea libre, ha de tener acceso a la información.


¿Pero en qué calidad recibe el ciudadano ese mensaje? ¿Acaso los medios se erigen verdaderamente como unos instrumentos al servicio de las personas para garantizar su libertad? Son varios los ejemplos a lo largo de la historia que demuestran que, en ocasiones, los medios de comunicación se han comportado como los hilos que manejan el títere de la opinión pública en favor de intereses de un gobierno o poder concreto. En el complicado entramado internacional, plagado de guerras y conflictos incesantes en unas y otras partes del mundo, parece evidente que los medios ejercen (de manera más o menos consciente) una manipulación sobre sus lectores e, indirectamente, sobre la propia política internacional de los Estados.


Ante esta situación, uno puede encontrar fisuras en el cumplimiento de ese derecho a la libertad de información que tan impecable permanece sobre el papel y que con tanta facilidad se manipula en la práctica. La mal-información, así como la desinformación, son armas tan utilizadas como peligrosas, y uno no puede sino advertir lo que ya señalaba María Teresa La Porte: "en una sociedad en la que el conocimiento de lo público se adquiere a través de la información de los medios de comunicación, importa tanto lo que las cosas son como el modo en que se presenten a través de éstos".


A lo largo de la historia podríamos encontrar ejemplos evidentes de manipulación informativa. Sun Tzu dijo una vez que “en la guerra la primera víctima es la verdad”, y prueba de ello es el ingente y descarado volumen de propaganda que las Guerras Mundiales trajeron consigo. Desde la creación de un sentimiento belicista en una sociedad que no buscaba emprender una guerra (como tan magistralmente demostró la Comisión Creed en EEUU durante la Primera Guerra Mundial) hasta la constante apología europea apelando al sentimiento de fraternalismo ante estados de ideología “atrasada”. Entre tanto, omisión de información y mentiras. Ya en los años 80, durante la Guerra del Golfo, la CNN mostraba centelleos en el aire para evitar mostrar las verdaderas y devastadoras consecuencias de las bombas en Iraq y los ciudadanos miraban la televisión sintiéndose informados. Y es ese, precisamente, el modelo más pernicioso de censura, aquella tan hábilmente encubierta que escapa a la atención de sus víctimas.


Por supuesto, la sociedad no es lo suficientemente inocente como para creer a pies juntillas todo aquello que aparece en los periódicos. Y menos ahora, gracias al desarrollo de la web 2.0., donde versiones minoritarias pueden ser contadas de una forma antes impensable. Pero ni siquiera  a día de hoy el ciudadano tiene pleno acceso a la Verdad y, pese ser consciente de ello, poco puede hacer por cambiar su situación.


Los medios de comunicación, afortunadamente, no siempre mienten. En muchos casos, desconocen la verdad. No se debe olvidar que la información internacional recae en manos de no más de cinco agencias de comunicación con verdaderos medios para cubrir la información global, y ni siquiera ellas tienen pleno acceso a todos los lugares del mundo, ni contratan a corresponsales en todas las zonas de conflicto, ni por supuesto tienen libertad de información en todos los países a los que intentan acceder. En este contexto, el escepticismo de la ciudadanía crece, pero poca opción tiene más allá de contrastar la visión de dos o tres medios cuyas fuentes posiblemente sean las mismas. Y, a la postre, no queda otra que confiar en la veracidad de lo que se cuenta, aun a sabiendas de que hay muchas otras cosas que no se cuenten. Algo tan simple como un reportaje sobre la crisis humanitaria de Somalia ha logrado movilizar a cientos de personas a emprender acciones solidarias hacia un Estado que ya desde hacía tiempo sufría de hambruna. El efecto llamada de un mensaje mediático es tal que los medios son quizás aquél cuarto poder que verdaderamente mueve el mundo.


Tal vez, por poner un ejemplo, si los medios hicieran un mayor hincapié en las barbaries que a día de hoy cometen los rebeldes libios contra los seguidores de Gadafi la opinión pública a nivel internacional vería la revolución libia con más cautela. En su lugar, recibimos imágenes de Cameron y Sarkozy sonriendo en Trípoli por un país libre. La simple elección de un titular, o una fotografía, podría conllevar la formación de grupos de disidencia, de manifestaciones o del rechazo en Francia al apoyo de un grupo violento con poca apariencia democrática. Quizás eso presionaría a Sarkozy, quizás eso no compense. Como tampoco parece compensar la profundización en las críticas a la falta de derechos humanos que (pese a la reciente proclamación del sufragio femenino) sufre la mujer en Arabia Saudí; tal vez por ser una de las mayores fuentes petrolíferas del mundo.


Pero algo está claro. Más allá de esta realidad, que podría provocar un pesimismo generalizado en quienes ejercen la profesión de informar y, por tanto, una resignación a que cambiar el mundo es una causa perdida, no debemos olvidar el fundamental papel que sí ejercen los medios de comunicación en la Sociedad Internacional. Día a día miles de reporteros salen a las calles en busca de la verdad incómoda, desconfiados de la versión oficial de los hechos. Tanto es así que esta labor se ha llevado ya las vidas de 41 periodistas en lo que va del año, como es el ejemplo de los recientes asesinatos en México por desvelar una red de narcotráfico. Su denuncia social trae consigo cada día una mayor concienciación de la población, que se moviliza, que comprende los problemas que hay a su alrededor y decide actuar en consecuencia. Ese es y debe ser el papel de los medios de comunicación en la Sociedad Internacional: el de puerta hacia el diálogo por una realidad más justa. Y esa labor se empieza desde el principio, en el quehacer diario de cada periodista. En la inconformidad y la búsqueda, por encima de todo, de la honestidad.




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