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domingo, 30 de noviembre de 2014

Cerveza-ficción, decían.

Él no bebe cerveza.
Creo que no hay vocabulario todavía que describa lo que ocurre cuando sus labios la tocan y hasta el vaso se estremece.
No es algo que se vea todos los días. Creedme si os digo que entre ellos ocurre algo que te hace sentir indiscreta si lo miras. No sé quién seduce a quién, ni sé mi papel cuando se acerca a ella y se empapa los labios. Le he visto entrecerrar los ojos antes de dejarla entrar. He imaginado su lengua apretándola contra el paladar y analizando sus detalles. Descubriendo sus aromas y desnudándola despacito.
La mira, mientras tanto, escondida en su vaso.
Ella baila y él echa su cabeza hacia detrás.
Se lo veo en las pupilas: se le forman palabras. Ácida, alcohólica. Le busca las cosquillas, la escucha. La entiende. Puedo imaginar cómo se siente esa cerveza, expuesta en su boca, desnuda y sin secretos, bailando entre sus labios porque, en fin, cómo no vas a dejarte hacer. Si te hacen tan bien.
Yo le observo sin entender nada cuando él le da una segunda oportunidad a sus palabras y la vuelve a probar, insistente, sin dejar el vaso. No le entiendo y él lo sabe. No digo nada. Les miro incómoda y fascinada ante el erotismo de sus labios contra el cristal.
Deseando ser cerveza

al menos, un ratito.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Nika

Escucha. 
Yo no tengo ningún problema con asumir el papel de amiga. De verdad. No me cuesta. Ser tu amiga está bien. Me basta. 
Bueno
No me basta, pero me
                                ... vale. 
Puedo reírme contigo, y hablar contigo, y dejarte que me cuentes todo lo que quieras, incluso cuando hablas de ella.

Ella.
Me encantaría que me cayese mal, eso lo haría todo más fácil.
Pero no puede caerme mal. Me hablas de ella y, joder. Lo entiendo, ¿sabes? Todo. Es preciosa, es inteligente y tiene un humor que encaja contigo. Me hablas tan bien que hasta yo me enamoro un poco. Es... perfecta para ti. Y lo veo. Y eso me rompe un poco. Porque no puedo competir.

Está bien. Sé perder. Sé cuándo he jugado hasta mi última carta y sé cuándo no soy suficiente. 
Pero no puedo alegrarme por ti. 
Eso es una mentira. 
No puedo alegrarme de saber que es capaz de hacerte reír o... de que la besas y que te acuestas con ella. No puedo alegrarme. Porque quiero todo eso. Y no me digas nada, sé cuándo rendirme. De verdad, ¿vale? no voy a darte la paliza y que me dedicaré a, ¡no sé!, a buscar por ahí a algún tío que se parezca a ti y que esté a la altura, y estaré bien y no pasa nada. 
No pasa nada.
Aunque me encantaría que algún día ocurriera algo en tu cabecita, que se te cambiara un chip, no sé, algo, y que me vieras a mí y te dieras cuenta de que ella está allí pero yo estoy aquí. 
Que estoy aquí.

Así que si eso pasa dímelo. Porque dudo mucho que alguien sea capaz de reemplazarte.
Y probablemente lo deje todo, como en esa canción, si me dices ven. 
Pero no sé por cuánto tiempo. 



De esto que, estando en el metro, un personaje secundario toma la voz cantante en tu cabeza. Y o lo escribes o... bueno. O lo escribes.

miércoles, 4 de junio de 2014

Cicatrices

Hace tanto tiempo que no miraba las arrugas en mis manos que no me había dado cuenta de que algunas en realidad son cicatrices. En el fondo es más cómodo cerrar los ojos muy fuerte, como cuando de niña la sombra de una pila de ropa amenazaba sobre monstruos y sólo quería quedarme dormida muy rápido.
El problema de los años es que intuyes que no por cerrar los ojos vas a cambiar tus pesadillas, y al abrirlos solo te esperan cercanías atestados de gente que te hacen sentir más pequeñita, más vulnerable.

Yo creía que lo bueno de las grandes ciudades era esa sensación de anonimato compartido, ese cruce de miradas entre extraños capaz de conectar y hacerte sentir en casa en mitad de la Gran Vía. Pensaba que daba pie a todas esas películas, y libros. Y ya no llevo la cuenta de los cafés para llevar que intentaban refutar mi teoría mientras soportaba los empujones de los extraños al pasar.

Mis pies ya se han hecho a las aceras de Atocha. Han cambiado los rostros de mis sueños y pesadillas sin dormir, apoyada en el alfeizar de mi ventana, y mastico las palabras dichas por personas que ayer no significaban nada y mañana, tal vez, tampoco. Cambian las vistas de mi ventana, pero sigo en mi Madrid. Entre mis arrugas hay alguna cicatriz de todas las heridas mal cerradas.

No he gastado tiempo en leer mis manos. Nunca he creído en la suerte. 

domingo, 22 de diciembre de 2013

Carta de amor egoísta

“Querido tú,

Aún no lo sabes, pero vas a enamorarte de mí. Puede que aún no lo sepas, pero en no demasiados meses vas a descubrirte a ti mismo como la mitad de un dos. Y no habrá vuelta atrás.
Yo te querré. Como una verdadera loca. Como una heroinómana a su droga, como una cleptómana de tu tacto, como alguien que sencillamente necesita un puto psicólogo. Pero no te recomiendo que dejes que eso ocurra. Yo no soy de querer como se quiere en los libros de autoayuda. No podré estar contigo, es así de simple. Los fantasmas de mi cabeza  me repetirán una y otra vez los múltiples motivos por los que es mejor así. Filtraré mi querer y no poder en gritarte por teléfono. Te apartaré; pero esperaré que entiendas que necesito que me abraces contra mi voluntad.
Ni contigo ni sin ti. Así de fácil, ¿no?
Voy a pedirte que me olvides, pero me enfadaré si lo haces. Ni me hables de amistad, pese a que sea el principal lema de mi discurso. Me mostraré impasible a tus propuestas, pero estaré deseando en silencio que por favor, por favor, me convenzas. Que me persigas y me obligues a besarte, para después empezar el ciclo y apartarte, llevarme el recuerdo de tus labios a mis sábanas y revivir tus frases una por una.
Nunca se escribirá sobre gente como nosotros, ¿sabes? Que no sabemos ser, ni podremos ser nada. Yo tan sólo te querré llena de egoísmo e incoherencia. Más de lo que sé. Más de lo que me enseñaron a gestionar e infinitamente más de lo que me gustaría.”



lunes, 16 de septiembre de 2013

Pues eso

Leer y destruirte.
Autodestruirte.
Como quien pulsa reset a un juguete viejo y lo devuelve al estado de fábrica. Desnudo y con las ideas base demasiado claras.
Sin extras. Sin vestidos.
Sólo lo que eras antes de cubrirte de mentiras y maquillaje.
Leer y que cada maldito verso te lleve al principio. A ti. A lo poco que sabías a ciencia cierta de ese misterio que supone tu mera existencia y todas esas noches de Madrid demasiado cálidas y con demasiada luna y demasiados sueños estúpidos que sabías que eran imposibles. Y devolverte a volteretas a esa esencia, llámalo alma, llámalo defecto, que odias de ti. Que se revela en tu puta cara.
Leer y no poder pasar de página. No, siendo la misma.
No sin intentar releer(te).

jueves, 29 de agosto de 2013

Convención

A veces, Nika siente que le gustan todos. Esta revelación generalmente surge de la mano de una cerveza, pero no siempre es la excusa. Alguna vez le ocurre en una tarde de miércoles, compartiendo una magdalena con Andrew, o cuando termina su jornada doble con David, o cuando se tumba en el sofá con Jarek y apuran el último respiro de una cachimba. No se siente como una niña caprichosa. Al contrario. Siente que podría amarlos a todos. Amar como se supone que se debe amar a una persona, dejándose la piel, dándoles el alma. A todos a la vez, por partes, a trozos. Y eso tendría más sentido que hipotecar un cariño sujeto a condiciones.
Nika siente que podría amar la sonrisa de Andrew, desgastar las sábanas con Jarek y al mismo tiempo salir con David a cenar. Sería franca. Sincera. En cada uno de los momentos que compartiera con ellos. Sería suya. Por partes. Porque serían las partes de ella que verdaderamente le correspondieran.

No parecía que hubiera que sentirse culpable. Sin embargo, algo le hacía no hablar de ello con nadie. Ni proponerlo. Porque no estaba bien, o eso decían. Y porque esa estúpida concepción hedonista del amor hacía que ver a Jarek desayunar con Alma en la cocina le provocase una desagradable sensación en la boca del estómago. Como de ganas de vomitar.



(Sí, sigo viva.... )

domingo, 16 de junio de 2013

16/06/2013

Por suerte, no recuerdo.
No recuerdo tus historias raras de vendas en los ojos, los destellos de inframundo en las carreteras, ni las líneas de la palma de tu mano. De si tú, de mí, si sí o si no. Casi se me olvida eso de cantar a pleno pulmón, labio contra labio, y gritarte mis letras en tu garganta.
Si abro los ojos, casi no recuerdo el incendio de tus manos en mi ropa.
Lo admito, ¿sabes? he olvidado por completo ese día en que me prometí no olvidar. Ya no significan nada esas noches en las que mi integridad física importaba menos que el dulce balanceo entre copas y aceras. Carecen de sentido esos laberintos nocturnos en los que ni yo conocía a nadie ni nadie me conocía, esos en los que inventaba un escenario donde yo podía ser la persona que yo quisiera, qué más da, y embriagándome en un acento británico barato sacado de Skins hablaba con todos y con nadie, sonreía de lado y observaba lo desconocido sumergida en mi camuflaje con las calles. Como si siempre hubiera estado allí. Como si siempre hubiera pertenecido a esa ciudad suicida y no hubiera nada inaudito en esa gente y esas chicas sin medias en febrero.
Tal vez sí fui parte de esas calles. Por una noche. Pero hoy no lo recuerdo.
Quizás te hayas hundido entre los pliegues de mi ropa, o te ocultaras en la comisura del último beso.  Siempre supiste hacerme perder la paciencia jugando al escondite.

Esta vez no iba a ser distinta. 

lunes, 6 de mayo de 2013

Lógica


A Alma siempre se le dieron bien las matemáticas. Dos más dos eran cuatro, y nunca le hizo falta que se lo explicaran con manzanas, o con botones. Dos más dos eran cuatro; eso era todo lo que necesitaba saber y estaba bien. Las matemáticas le hacían sentir cómoda. Segura. Hiciera lo que hiciera, tras la tormenta del lápiz siempre podía comprobar si estaba en lo cierto o se había equivocado, bastaba con revisar la fórmula, sustituir la incógnita. Listo. Borrar y borrar, y al final siempre, siempre salía bien. Entonces respiraba tranquila, dejaba el lápiz y la goma y observaba el resultado con una satisfacción personal digna de la meditación budista.
Sí, Alma entendía de lógica. No hacía falta que nadie le explicase las cosas dos veces. La lógica regía cada uno de los procesos de su vida, desde la elección de un champú sin parabenos hasta la revisión exhaustiva de la factura del supermercado. Por eso, no había mensajes de Jarek en su teléfono.
Borraba sus conversaciones de cuando en cuando para no tener nada que releer y analizar hasta la extenuación. Las borraba y se prometía no mirar el móvil. Era lo que había que hacer, y no había por qué extenderse en consideraciones. Los borraba y no había más que hablar. Luego, dejaba el móvil a un lado y se entretenía subrayando apuntes con la esperanza de leerlos.
El móvil estaba lejos, e incluso silenciado, pero prescindía de estudiar con música, “no para poder escuchar la vibración”, se repetía, convencida, sino “porque si no me sé la letra, y no estudio”.  Era un protocolo rígido y sensato. “Es imposible, Alma, es así”, se decía, atenazando a la más mínima flaqueza. Y tenía lógica. Lo imposible conlleva una lógica aplastante, así que era fácil decirse “déjalo ya, piensa en otra cosa”. Pero sus apuntes pasaban tiñéndose del amarillo fosforito de un subrayador que señalaba frases arbitrarias, sin orden ni concierto, conforme Alma se decía una y otra vez “es imposible, imposible, imposible”.


pd. sí, es normal que no entendáis nada. Sólo es un extracto de la "¿novela?" que tengo entre manos. Para los curiosos que preguntáis si estoy haciendo algo :) voy leeeenta como un caracolillo, pero voy

jueves, 14 de febrero de 2013

Buscaba

Buscaba a un hombre centrado, pero lunático en los pequeños detalles. Para poder estudiar el metódico movimiento de su rodilla entre parada y parada de metro. Buscaba alguien que le echase dos cucharadas de más al café para así poder añadir media taza más de leche. Alguien que mascara chicle frenéticamente y se plisase las camisas y tirase mi ropa a los pies de la cama. Alguien que luego no fuese capaz de encontrar sus calcetines.

Quería a un hombre que formara un ovillo entre mis sábanas y guiara mi sueño con su ronquido arrítmico. Que tuviera miedo de sus pesadillas pero me protegiera de las mías con besos furtivos en la frente. Que exigiera el desayuno estirándose en su pereza y fregara después las tazas con abnegada resignación.

No voy a mentir; yo quería a un hombre que me tratase como a una princesa desde su más profunda conciencia republicana. Que quisiera dejar su cepillo de dientes. Que me quisiera libre, que mantuviese silencio al oírme hablar de él o ese otro, y sólo el rítmico repiqueteo de sus dedos en la mesa delatase su fingida indiferencia.

Que odiase cocinar, pero se lanzara a los fogones -con una única receta- por la creencia popular del atractivo que suscita en las mujeres, y me mirase, cuchara de madera en mano, para alzar sus cejas con lujuria doméstica.

Buscaba, por supuesto, a un hombre inteligente, que me escuchase pero supiera dejarme sin palabras. Que tuviera el carácter necesario para hacerme gritar, en todos los contextos. Que se ablandara con una mirada, pero fuera implacable en sus convicciones. Que caminase con inusitada calma, como flotando en una balsa que no entiende de horas, pero las colas y listas de espera despertasen en él la más visceral impaciencia.

Buscaba a un hombre que apareciera por casualidad, pero permaneciera de manera consciente y premeditada. Apuntando batallas cada día como un niño que avanza en su juego de estrategia, sabiendo que ha ganado la partida, pero buscando saborear cada instante de su victoria. 

Que me plantease dudas y jugara con mi incertidumbre.
Que me hiciera desear volver a verle mañana. 

jueves, 17 de enero de 2013

Como si nunca

"...

(...) Ahora sal ahí fuera y no mires atrás. Aprende a caminar sin brújulas, no busques explicaciones, no te hagas preguntas, no dejes de caminar.
Busca otros brazos. Encuéntrala. Encuéntrate en ella. No tardará en aparecer. Llegará un buen día con sus ojos oscuros y su inquietud efervescente y tú te encapricharás, y ella lo negará pero caerá rendida ante tu sonrisa de niño grande, y se enamorará como una verdadera imbécil y tú lo sabrás pero jugaréis al ratón y al gato como si fuese la primera vez. Y tú volverás a notar la gravedad tirando de las suelas de tus zapatos.
Aprende a quererla. Aprende a tratarla como si ella fuera el puto punto de equilibrio que te mantiene en ese centímetro que separa tus pies del precipicio. Como si perdieras los papeles cada vez que adivinas esa línea que dibuja el final de su minifalda. Como si nunca te hubieras sentido tan torpe en la cama, y te atropellase tu síndrome de Stendhal al desnudar su torso, y acabases avergonzado e incómodo pidiendo disculpas. Aprende a quererla como si de verdad ella fuera esa maldita droga capaz de competir con las mañanas de resaca.
Quiérela. Como si nunca antes me hubieras querido así.

..."


lunes, 14 de enero de 2013

Un videopoema

Aquí os traigo mi práctica final de la asignatura de Postproducción digital de mi carrera. Era tema libre y etc, así que -¿cómo no?- he aprovechado para sonorizar un texto mío (cosa que ya había hecho anteriormente y que me divierte bastante hacer), pero esta vez, con una novedad: las palabras pasarían a jugar de una manera diferente. Es decir, he intentado hacer un videopoema en el que las letras y palabras interactuasen con el propio texto.

No sé si lo he conseguido, pero espero que en cualquier caso lo disfrutéis. Comentarios y quejas siempre son bienvenidas :) Aunque como muchos de vosotros me habéis dicho cosas tan bonitas por las redes sociales, no me pondré pesadita por aquí. ¡Disfrutad!



PD. Para los más frikis o curiosos... el audio es la versión instrumental de Skinny love (en el estilo de Birdy). Locuté mi voz con una grabadora, lo mezclé con la música con Adobe Premiere y después utilicé trucos de Kinetic Typography con el After Effects. Hay unos tutoriales chulísimos en Youtube.

jueves, 22 de noviembre de 2012

22/11/2012

Piérdete conmigo. No le eches la culpa al tiempo. Entre los dos conseguimos romper las barreras, y echar por tierra convenciones y prejuicios. Porque de eso se trata, ¿no? No hables de prisas, de palabras, o de versos. Pues no hay nada, sólo besos, y el amargo desvanecer de tu olor en mi almohada, cuando te vas.

 Y quién dice qué, y quién sabe nada. Si la luz de una vela abre más los ojos que cualquier revelación trascendental. Si no hay nada ahí fuera, más allá de estas cuatro paredes. Si no hay gritos que atraviesen nuestras sábanas, ni amenazas que atenacen más que nuestra ropa. Así que tú fuma, que yo tiro, y tú sigue, que yo te persigo. Que una noche de Madrid no es tan fría si está tu abrigo, y menos aún si tus labios me declaran la guerra.

 Duerme conmigo. Como imploraba Marea en esa canción que ni escuchas ni te incumbe. Duerme conmigo y despiértame, ahógame, revíveme a bocanadas. Yo te haré todas esas promesas que nadie piensa en cumplir cuando trepan por la garganta y escapan a bordo de un par de copas de más. Pues sé de buena tinta lo de tus miedos, y mis pesadillas. Y todo eso de las palabras impronunciables, los fantasmas que acechan y los monstruos que se esconden bajo la cama.

Pero no le eches la culpa al tiempo.

Desafía a la lógica. Apuesta a un número par.

Y piérdete conmigo.

martes, 21 de agosto de 2012

Recorrer Madrid por la noche y...


Sentirte parte de una nada infinita.
Hundirte en la multitud que hormiguea la ciudad insomne entre los latidos del tráfico y las luces.
Consciente. Enfadada. Porque solo los pitidos de los coches combaten contra esa furia de sueños, y risas, y gritos. Y lo sabes.
Y debería haber una mano que sostener en ese instante, pero los dedos se aferran a un bolso que temes perder ante un desafortunado choque en un paso de cebra. Y dónde están esos cuentos. Dónde están esas ciudades, y el café para llevar, y los encuentros fortuitos. Dónde está el lenguaje que comunica a personas tan distintas, si Madrid no es más que un laberinto de hormigas sonámbulas. Si aunque mires al cielo, la ciudad entera le desafía a no mostrar ni una estrella.
Pero aun sin luz todo son luces. Y sonidos. Y hay algo armónico dentro del caos.
Como si las aceras siguieran el compás de mil saxofones desafinados
y te invitasen a bailar.

lunes, 6 de agosto de 2012

06/08/2012


Hay noches en que mis sábanas duermen sin pesadillas.
Noches en las que el calor se aferra a los cristales, y el colchón se contagia de su voz y se echa a temblar.
Noches en las que él duerme conmigo y se desafían las leyes de la física.
Poco importa una cama de noventa, una ciudad maldita, una ventana a un patio interior y el ruido de las cacerolas, de los gritos, al otro lado de nuestras paredes. Si él se pega a mis sábanas, bailan los hilos y tiritan hasta los espejos.
Y es que él sabe hacer magia. Dormido, despierto, desnudo o con ropa. Y cómo saber qué decir o hacer para adivinar sus trucos es algo en lo que todavía practico. Buscando las palabras, encontrando mis propios malabares para competir con sus sonrisas a destiempo y esa ingenuidad con la que a veces me desarma.
Pero es que él supo aparecer en el peor momento, escoger las peores frases y ofrecer las promesas más canallas. Supo ser un desafío, y por mantenerlo me declara la guerra dos o tres veces al día. Yo respondo, a veces esquiva, a veces guerrera y, otras tantas, vencida.
Si por él fuera, daría la mano al tiempo y echaría a correr contra ciudades y autopistas. Si estuviera en su mano, no abriríamos los ojos y caminar no sería más que sentir la vida bailando, haciendo cosquillas en nuestros tobillos.
Yo le hablo, le desmiento. Le enseño mis cuentos de princesas, y castillos, y le hablo de los dragones que acechan y de las autopistas con semáforos. Le hablo de la cenicienta que por imprudente perdió un zapato y él se ríe y dice que soy preciosa. No me escucha, ni lo intenta, pero aparta mis dragones cuando me tapa los ojos con sus manos. Hace magia. Y a veces, hasta mis sábanas duermen sin pesadillas.

domingo, 22 de abril de 2012

"Alma,

Él no bebe cerveza. 
Creo que no hay vocabulario todavía que describa lo que ocurre cuando sus labios la tocan y hasta el vaso se estremece.
No es algo que se vea todos los días. Creedme si os digo que entre ellos ocurre algo que te hace sentir indiscreta si lo miras. No sé quién seduce a quién, ni sé mi papel cuando se acerca a ella y se empapa los labios. Le he visto entrecerrar los ojos antes de dejarla entrar. He imaginado su lengua apretándola contra el paladar y analizando sus detalles. Descubriendo sus aromas y desnudándola despacito.
La mira, mientras tanto, escondida en su vaso. 
Ella baila y él echa su cabeza hacia detrás. 
Se lo veo en las pupilas: se le forman palabras. Ácida, alcohólica. Le busca las cosquillas, la escucha. La entiende. Puedo imaginar cómo se siente esa cerveza, expuesta en su boca, desnuda y sin secretos, bailando entre sus labios porque, en fin, cómo no vas a dejarte hacer. Si te hacen tan bien. 
Yo le observo sin entender nada cuando él le da una segunda oportunidad a sus palabras y la vuelve a probar, insistente, sin dejar el vaso. No le entiendo y él lo sabe. No digo nada. Les miro incómoda y fascinada ante el erotismo de sus labios contra el cristal. 
Deseando ser cerveza

al menos, un ratito.

jueves, 22 de marzo de 2012

Hielo

Tenía una mirada llena de cubitos de hielo
Unos labios que chillaban en granate
Y unas manos que sujetaban un vaso vacío.
Había música, y gritos, y ruido de besos, y humo, y golpes, pero no había nadie sino ella.
El cristal era una pista de patinaje en la que deslizar los dedos cada noche. Era un baile contra el tiempo y las cenizas. Contra la música, los gritos, los besos, el humo, y los golpes.
Y no había nadie sino ella.



De esto que vas en el Metro y desvarías. Algún día me haré mirar mi obsesión con el hielo. Buenas noches a todos =)

domingo, 12 de febrero de 2012

Febrero

Él dijo que tenía la voz preciosa. Ella se revolvió inquieta y dijo mira, se está haciendo de noche, y algo, no sé el qué, algo, prende fuego en las fachadas y en las calles. Echó a correr como persiguiendo a las aceras, corrió hasta desplomarse sobre la pared de un edificio viejo que la luz teñía al rojo vivo. Piel y ladrillo aplacaron sus temblores en el débil sol de un anochecer de febrero y él la siguió. Lo repitió. Cerró los ojos y se unió al fuego lento de las paredes, sin decir que la vida es un segundo que apenas se aprovecha, sin pensar en más atardeceres ni en el frío que cada año, a cada paso, cala más dentro y dentro de los huesos; sin decirle que la olvidará y que está bien así, sin explicarle que así funciona la vida, sin contarle que en cuestión de dos meses ambos se habrán hecho viejos y las canas crecen ya bajo sus retinas.
Solo eso. Solo frío y fuego.  
-Tienes una voz preciosa.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Same old café (o esperándote)



Quizás, con un poco de suerte, no escuchemos el crujir de las hojas muertas bajo nuestros zapatos. Y los columpios se enreden en las nubes y ya no sepan cómo bajar. Con un poco de suerte.  Con un poco. Y quizás aprendamos de memoria todas esas canciones, y puedas hacerlas sonar con tus dedos en mi espalda. Y yo sepa seguirte y te susurre mi propia letra al oído hasta hacerte cosquillas. Quizás las ventanas no den vértigo, o si nos contradicen sepas tejer una cortina con tu piel y mis labios. Y yo sepa decirte que te quiero, despacito, como se dicen las cosas cuando se dicen a conciencia. Y tú sepas escucharme. Y quieras creerme. Con un poco de suerte. 

martes, 20 de diciembre de 2011

Un fragmento de algo.

Le advirtió de que el amor no era más que odio en su versión más primitiva.
Posesión exhaustiva, la eterna dictadura de exclusividad y afecto. Podría odiarle siempre por no poder coser su piel a la suya, por no poder respirar el mismo aire ni compartir cada escalofrío.
A él la idea le resultaba divertida.
Cuando lo hizo, cuando se incorporó en la cama, la miró muy serio y dijo "te quiero", era ya la quinta vez que ella le hacía prometer que jamás firmaría su sentencia, pero dijo "te quiero" y ella le escuchó en silencio, pestañeó tres veces y finalmente plantó un beso en su clavícula, rendida. En la habitación había velas por todas partes, lo recordaría siempre. La luz tiritaba en las paredes, sus sombras temblaban.
Ella le odió más que nunca. Y nunca, nunca más, volvieron a quererse.

(...)

domingo, 11 de diciembre de 2011

Niebla


Hablaban. 

Perdidos en la niebla espesa que lamía la hierba a su alrededor. Se pasaban el cigarro despacio, tocándose los dedos, mezclando su aliento blanquecino con el aire y sintiéndose fugazmente invisibles. Sumergidos en la grieta del tiempo, al borde del hundimiento pero parando para tomar aire. 

-No tardaré en irme -pequeñas bocanadas, cada vez más débiles, cuando él prendía el mechero y lo acercaba a su rostro para reavivar el pitillo mientras le rozaba las manos enrojecidas por el frío. 






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