domingo, 30 de noviembre de 2014

Cerveza-ficción, decían.

Él no bebe cerveza.
Creo que no hay vocabulario todavía que describa lo que ocurre cuando sus labios la tocan y hasta el vaso se estremece.
No es algo que se vea todos los días. Creedme si os digo que entre ellos ocurre algo que te hace sentir indiscreta si lo miras. No sé quién seduce a quién, ni sé mi papel cuando se acerca a ella y se empapa los labios. Le he visto entrecerrar los ojos antes de dejarla entrar. He imaginado su lengua apretándola contra el paladar y analizando sus detalles. Descubriendo sus aromas y desnudándola despacito.
La mira, mientras tanto, escondida en su vaso.
Ella baila y él echa su cabeza hacia detrás.
Se lo veo en las pupilas: se le forman palabras. Ácida, alcohólica. Le busca las cosquillas, la escucha. La entiende. Puedo imaginar cómo se siente esa cerveza, expuesta en su boca, desnuda y sin secretos, bailando entre sus labios porque, en fin, cómo no vas a dejarte hacer. Si te hacen tan bien.
Yo le observo sin entender nada cuando él le da una segunda oportunidad a sus palabras y la vuelve a probar, insistente, sin dejar el vaso. No le entiendo y él lo sabe. No digo nada. Les miro incómoda y fascinada ante el erotismo de sus labios contra el cristal.
Deseando ser cerveza

al menos, un ratito.

sábado, 8 de noviembre de 2014

8/11/2014

Madrid me prometió tantas cosas cuando llegué.

Tenía mis cuentos en la cabeza, veía personajes en cada cristal y en cada tren. Miraba la ciudad atestada de gente y sólo quería mimetizarme, sentirme una de ellos, fundirme en el estruendo nocturno de luces como eso, una madrileña. Vivir todo eso que se puede vivir absorbida por sus calles y gritos, y esa noche que no parecía acabar nunca.
Me dijo muchas cosas, Madrid. Algunas eran preciosas. La mayoría era mentira.

Pero me las aprendí de memoria, una a una.

Ha pasado el tiempo, claro. Hoy camino en sus calles y ya no son escenarios de cuento. Los edificios están manchados de recuerdos, los portales están sucios de besos, los bares tienen excesos que me avergüenzan y las aceras están gastadas de mis tacones borrachos cuando creía quererle tanto que me ahogaba. Nada es tan virgen como cuando llegué, la ciudad no es inocente, sino una ciudad conmigo. Hay promesas incumplidas esperándome con sus reproches en las esquinas, y hay cosas que olvidar en esos caminos que parecían tan nuevos. Ya digo los nombres de las calles cuando guío a los taxistas de vuelta a mi casa.

Han pasado seis años. He visto bostezar a Madrid, la he visto sin desmaquillar. La he visto borracha y me sé lo de sus mentiras. Y aun así, tiene ese algo. Ese algo que la hace capaz de llegar, seis años después, y cogerme del brazo. Porque hoy llueve y me frena en un semáforo para que la mire bien. Quiere hacer las paces y yo no sé decir que no.

Se ha propuesto invitarme a una copa. Está empapada y preciosa. Me seduce con sus luces como si volviera a tener dieciocho años y acabara de aterrizar con una maleta.
Hace conmigo lo que quiere. Qué puedo hacer yo.

En el fondo, lo sabe. Siempre he estado un poco enamorada de ella. 
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