martes, 21 de agosto de 2012

Recorrer Madrid por la noche y...


Sentirte parte de una nada infinita.
Hundirte en la multitud que hormiguea la ciudad insomne entre los latidos del tráfico y las luces.
Consciente. Enfadada. Porque solo los pitidos de los coches combaten contra esa furia de sueños, y risas, y gritos. Y lo sabes.
Y debería haber una mano que sostener en ese instante, pero los dedos se aferran a un bolso que temes perder ante un desafortunado choque en un paso de cebra. Y dónde están esos cuentos. Dónde están esas ciudades, y el café para llevar, y los encuentros fortuitos. Dónde está el lenguaje que comunica a personas tan distintas, si Madrid no es más que un laberinto de hormigas sonámbulas. Si aunque mires al cielo, la ciudad entera le desafía a no mostrar ni una estrella.
Pero aun sin luz todo son luces. Y sonidos. Y hay algo armónico dentro del caos.
Como si las aceras siguieran el compás de mil saxofones desafinados
y te invitasen a bailar.

lunes, 6 de agosto de 2012

06/08/2012


Hay noches en que mis sábanas duermen sin pesadillas.
Noches en las que el calor se aferra a los cristales, y el colchón se contagia de su voz y se echa a temblar.
Noches en las que él duerme conmigo y se desafían las leyes de la física.
Poco importa una cama de noventa, una ciudad maldita, una ventana a un patio interior y el ruido de las cacerolas, de los gritos, al otro lado de nuestras paredes. Si él se pega a mis sábanas, bailan los hilos y tiritan hasta los espejos.
Y es que él sabe hacer magia. Dormido, despierto, desnudo o con ropa. Y cómo saber qué decir o hacer para adivinar sus trucos es algo en lo que todavía practico. Buscando las palabras, encontrando mis propios malabares para competir con sus sonrisas a destiempo y esa ingenuidad con la que a veces me desarma.
Pero es que él supo aparecer en el peor momento, escoger las peores frases y ofrecer las promesas más canallas. Supo ser un desafío, y por mantenerlo me declara la guerra dos o tres veces al día. Yo respondo, a veces esquiva, a veces guerrera y, otras tantas, vencida.
Si por él fuera, daría la mano al tiempo y echaría a correr contra ciudades y autopistas. Si estuviera en su mano, no abriríamos los ojos y caminar no sería más que sentir la vida bailando, haciendo cosquillas en nuestros tobillos.
Yo le hablo, le desmiento. Le enseño mis cuentos de princesas, y castillos, y le hablo de los dragones que acechan y de las autopistas con semáforos. Le hablo de la cenicienta que por imprudente perdió un zapato y él se ríe y dice que soy preciosa. No me escucha, ni lo intenta, pero aparta mis dragones cuando me tapa los ojos con sus manos. Hace magia. Y a veces, hasta mis sábanas duermen sin pesadillas.
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