sábado, 30 de mayo de 2009

Feria del libro

El último día antes de volver a mi ciudad natal (Pamplona), he podido disfrutar de uno de mis acontecimientos preferidos aquí, en Madrid: la feria del libro. No podía faltar, así que ahí me he plantado yo con algunos amigos y tantos otros conocidos a los que hacía siglos que no veía y que, curiosamente, siempre veo en este tipo de eventos. Sea como sea y sin irme por las ramas sobre lo bonito que es que la literatura nos una a todos (que lo pienso, pero no viene al caso ahora), me remito a lo que importa.
La feria está preciosa, como todos los años. Me encanta el ambiente que desprende, la gente cargada de bolsas llenas de libros, los que reparten marcapáginas -a fin de cuentas, ya conocéis mi debilidad con ellos- e incluso esos monstruitos azules que se empeñan en perseguir a los niños para darles abrazos. Nunca entenderé su función, a todo esto; algún año creo que invitaré a ese bicho azul a un café para que me cuente un poco de qué va el rollo del disfraz. Sería curioso.
En cualquier caso, me ha encantado y me lo he pasado como una enana. He visto a Alfredo Gómez Cerdá (un gran tipo, con tanta cola de fans como siempre. Muy merecida, por cierto), he cruzado con él algunas palabras y he salido de allí contenta como unas pascuas. Estaba en la caseta de la librería Kirikú y la bruja, que os recomiendo especialmente, porque por lo que he podido ver son muy animados y tienen encuentros de mucha calidad.
También he visto a Rosa Montero, así, de lejos, que me daba vergüenza acercarme. Y, por último, he visto a Jordi Sierra i Fabra.
Y aquí ya sí que hago una pausa.
Una pausa, en primer lugar, para aplaudir como siempre su entusiasmo y su gran humor con los jóvenes; y, en segundo lugar, para sorprenderme con su club de fans.

Sí, son esos que veis en la foto. La generación Jordilauriana, se hacen llamar, en honor a su nombre y al de Laura Gallego, por la influencia que esas dos figuras han tenido sobre estos jóvenes que, además de ser grandes y críticos lectores, se dedican también a hacer sus primeros pinitos en el mundo de la escritura. Y es que además de haber publicado tantas y tantas novelas para jóvenes, desde hace cuatro años entrega anualmente el premio Jordi Sierra i Fabra, para jóvenes menores de 18 años, publicando las novelas ganadoras en SM. Se nota la ilusión que transmite en ellos. Sólo hace falta leer la pancarta que esta mañana presentaban: "Generación Jordilauriana, liVres para soñar". Emociona verles, hablar con ellos, ver cómo conciben la escritura como un sueño un poquito más alcanzable.
Y, en fin, en esta entrada se me ha juntado un poco de lo que parece publicidad, emotividad y enlaces a diestro y siniestro. Sin embargo, creo que la ocasión lo merece. Y desde aquí os invito a que todos los que podáis visitéis la feria.
A mí me encanta. En ese sentido, puedo llegar a ser realmente friki.

Un saludo a todos y gracias por vuestra participación en la encuesta. He seguido los datos, y todo eso. En la próxima entrada hablaré de ellos, que el plazo acaba mañana.

lunes, 25 de mayo de 2009

Nueva encuesta

Inspirada en un comentario en la entrada anterior (gracias, Sta Julia), me he decidido a poner una encuesta en la página. La pregunta es la siguiente: "¿os influye la portada en la elección de un libro?"
Me parece un tema interesante, porque los grandes amantes de los libros afirman que fijarse en la portada es un aspecto tan superficial como lo puede ser admirar el papel de envolver en un regalo. En cambio, la portada está ahí por algo. Los ilustradores se esfuerzan muchísimo por dar a los libros el aspecto deseado y, de hecho, los autores muchas veces se quejan por no estar de acuerdo con el ambiente que transmiten.

Y tú, ¿qué opinas? ¿Piensas que la portada no te influye? ¿Vas directamente a leer el resumen sin fijarte en absoluto en la portada? ¿O eres de los que ante una portada impactante no pueden evitar coger el libro para, al menos, curiosear? ¿O de los que admiten que una portada sobria no reclama su atención?

Quiero saber vuestra opinión. Yo ya he puesto la mía.
¿Cuál es el objetivo de la encuesta? Curiosear, más que nada.

Venga, venga. El voto es anónimo. Nadie os va a tachar de superficiales, lectoruchos o pedantillos. Charlemos.

domingo, 24 de mayo de 2009

De todo un poco

Hoy me han preguntado, por quinta vez en mi vida, si me he leído El código Da Vinci. He dicho que no, como las cuatro veces anteriores. Por supuesto, se han vuelto a escandalizar; aunque esta vez me han dado una especie de voto de confianza. Han debido de pensar "esta bohemia que se compra libros de segunda mano, seguro que piensa que es literatura barata".
El sujeto en cuestión se ha encogido de hombros y me ha explicado sus razones.
-A ver, no es un buen libro. Pero no sé, chica, para pasar el rato...

Me he reído. ¿Por qué? Porque si no me lo he leído no es por eso.

No soy muy exquisita, en cuanto a literatura. Para nada. De hecho, soy bastante burra a la hora de elegir libros y, mal que me pese, los escojo según un criterio bastante ridículo (título, resumen final, y primer párrafo). Y no ando buscando la excelencia, ni mucho menos, ni me dejo guiar por las reseñas en los grandes libros Sobre Literatura, ni voy detrás del Premio Planeta nada más pronunciarse el fallo. De hecho, me he leído las cosas más variopintas, pasando por El perfume (maravilloso) hasta (y que me perdonen sus fans) Crepúsculo.
Sí, blogueros, he leído Crepúsculo (aunque no me haya gustado). Y tantas y tantas lecturas que muchos se avergonzarían de reconocer. Porque yo creo que hay que leer de todo.

Pero en fin, volviendo al hilo, que me he reído. Porque no he renunciado a leer El Código Da Vinci porque no esté a mi altura (y, madre mía, espero no llegar nunca a ser tan prejuiciosa). No me lo he leído porque no me gusta leer los libros cuando todos los están leyendo. Estúpido, ¿verdad? Ya. Me lo dicen mucho.

Me gusta leerlos cuando ya nadie habla de ellos. Quizás sea por la manía que tiene la gente de destripar finales, analizar escenas que todavía no he leído o -más terrorífico todavía- hacer películas sobre los bestsellers. Probablemente me lea El Código Da Vinci, dentro de unos años, así como también llegará el día en que me lea La sombra del viento.

Pero hoy por hoy, prefiero seguir buceando en los cajones de sastre. Un libro, un euro.
Y, la verdad, tiendo a ser bastante cabezota.

sábado, 16 de mayo de 2009

Bueno, bonito, barato


-¿Qué traes ahí, Jara?
-¡Me he comprado un libro de segunda mano!
-¿De cuántos kilómetros?

Pequeña anécdota para introducir mi incondicional amor a estos puestos de libros viejos. Hoy me han alegrado el día. Venía frustrada al encontrar cerrada la biblioteca y, mientras mascullaba improperios, he visto los puestos a lo lejos. He ido, a ver qué había, y he encontrado verdaderas joyas a precios ridículos.
Me he comprado uno, ¿cómo no? Todos mienten, de Soledad Puértolas. Porque no lo he podido evitar. Ahí estaba, con la portada algo doblada, las páginas amarillentas y alguna que otra marca hecha a lápiz. He salido de allí más contenta que un niño con un juguete nuevo. Lo he empezado a leer en el cercanías y parece una maravilla. De todas formas, creo que el hecho de que fuera de segunda mano me ha hecho más ilusión todavía. Me gusta pensar que alguien más lo leyó, no tener ni idea de quién fue e intentar imaginar las emociones que el libro le pudo suscitar. ¿Las compartimos? Quizás a él no le gustó (o a ella, se entiende. Esto de no tener género neutro...). Quizás se aburrió, no lo terminó, y decidió venderlo.
O a lo mejor le gustó tanto que pensó que quería compartirlo. O fue uno de esos libros regalados que piensas "me lo leeré cuando tenga tiempo", y se acumulan y acumulan hasta que pasan los años y te das cuenta de que ya ni recuerdas quién te lo regaló.

Sospecho que le gustó, en cambio. Es una especie de intuición extraña. Esa portada doblada, tan marcada, me hace pensar que se lo leyó de un tirón. Quizás en un viaje. En un tren, por pasar el rato. ¿Dónde? ¿Y quién?

Tiene su aquel, la pregunta de mi amigo guasón. ¿Cuántos kilómetros tiene ese libro?
No tengo ni la más remota idea.
Aunque imagino -porque soy así de fantasiosa- que tiene muchos. Muchos.
Y conmigo va a hacer unos cuantos más.


El marcapáginas ha hablado.

martes, 5 de mayo de 2009

Un poco de thinking

Vale, que sí. Que uso abusivo de los extranjerismos. Que hablar de los affaires del star system queda mucho más cool que hablar de las relaciones del famoseo. Puede que sean innecesarios, pero ¿quién decide qué es o no necesario en una lengua? ¿La Real Academia? ¿los medios? ¿tú? ¿yo? Absurdo. Tanto o más que hablar de footing, software, babysitter o reviews.
A los lingüistas -no todos, claro- parece crisparles. Y que sí, que tenemos un estupendísimo diccionario, y herramientas suficientes como para hablar nuestro idioma sin tener que pedir nada prestado de nadie. Pero no nos tiremos de los pelos.
Recomendar a los hablantes del castellano que sólo utilicen términos de nuestra lengua supone reconocer de una manera todavía más evidente nuestro sentimiento de inferioridad hacia la cultura norteamericana. ¿Cuál es el problema de hablar de Internet en vez de red? ¿Y de links en vez de enlaces? ¿Acaso nos da miedo que quede patente la supremacía tecnológica de los Estados Unidos? ¿Tanto nos acompleja?
No. No se trata de adoptar una actitud paternalista con nuestra lengua, como si el castellano necesitara que lo defendieran del villano anglosajón. Se trata de ser críticos, de decidir cuándo una palabra puede aportarnos algo y cuándo el castellano puede ofrecernos una alternativa mejor.
Eliminar todo rastro de los extranjerismos supone buscar una autarquía lingüística, supone cerrar los ojos ante la realidad globalizada que ahora mismo nos rodea, supone mutilar también una lengua rica en intercambios culturales. Es absurdo, además de inviable.
Como si el castellano no tuviera cosas más importantes de las que preocuparse.

Además, ya lo dijo F. Lázaro Carreter en uno de sus dardos:

Una lengua que nunca cambiara sólo podría hablarse en un cementerio.

sábado, 2 de mayo de 2009

La elegancia del erizo

Y aquí ha ido a posarse el marcapáginas caprichoso. El libro fue un regalo, y reconozco que ha sido un verdadero placer poder leerlo.
Muriel Barbery, la escritora, maneja con maestría el lenguaje, y nos introduce con una delicadeza sorprendente en el número 7 de la calle Grenelle, donde una niña superdotada y una portera con sensibilidad artística conviven sin conocerse.
Poco a poco, y combinando las reflexiones de ambas, asistimos a un verdadero canto a la vida y al arte. Las pinceladas de la cultura japonesa son frecuentes, también, en este libro.
Es uno de esos libros, uno de esos que empiezas sin saber muy bien a qué te enfrentas y, conforme te vas sumergiendo en sus páginas, descubres que has cogido cariño a cada uno de sus personajes y que no puedes abandonarlo hasta el final. Final que, por cierto, me arrancó alguna que otra lagrimilla.
En definitiva, altamente recomendable. La mejor adquisición del 2009, por el momento, y una auténtica joya que guardaré en mi estantería. Y pienso que cualquier enamorado de la literatura podrá disfrutarlo con la misma emoción.
Eso es todo. Mi marcapáginas duerme la siesta; esta noche le toca mudarse a otra novela.
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