viernes, 18 de diciembre de 2009

Rompiendo clichés

Hoy llego sorprendida. Hoy, por primera vez en mi corta trayectoria de criticona, puedo decir que una película adaptada de un libro me ha gustado verdaderamente. Y no, no hablo de "han sido fieles al libro, podría haber sido peor". Hablo de una película que, esta vez sí, me ha encantado y me ha dejado un buen sabor de boca.
Hablo de El Erizo, la adaptación cinematográfica de La elegancia del erizo, por Mona Achache. En verdad, he de ser sincera: no quería ir a ver la película, porque es uno de los libros que más me han gustado este año y no quería estropear la imagen tan bonita que me había montado en la cabeza. Sin embargo, una amiga me ha engañado hasta conseguir que fuera, pese a mis reticencias. Y no me arrepiento en absoluto.

No se trata de una adaptación fiel. No. Lo que se mantiene fiel es la esencia, la magia, el encanto de La elegancia del erizo que ya me puso los pelos de punta en papel y que hoy lo ha vuelto a hacer frente a la pantalla. Y eso, eso, es precisamente lo que creía que no iban a conseguir.
Ya hablé en el blog del libro, y de lo muchísimo que me gustó, así que no voy a reincidir en el argumento. Sólo diré que la película ha conseguido cambiar el método, introducir nuevas formas e ideas que han conseguido lanzar el mismo mensaje que el libro.
Imprescindible. Eso sí, yo, que había leído el libro, he disfrutado bastante más que mi amiga, que no lo había hecho. Me parece, que de alguna manera, libro y película en este caso se complementan, más que sustituyen. Recomiendo, por primera vez en mi vida: leer el libro y, después, disfrutar de su versión cinematográfica.
Y creedme si os digo que jamás pensé que haría algo así.
Un punto especialmente fuerte, que me ha llamado muchísimo la atención, es la actriz que encarna a Renée. Sus ojos, su mirada desvalida e insegura dentro de esa apariencia grotesca y desagradable. Esos ojos han logrado superar los que creó mi imaginación.
Como mucho como mucho, por ser algo criticona, diré que el final es bastante mejor en el libro. El final es sublime. Al de la película, en cambio -al menos, desde mi opinión-, le falta algo de fuerza.

martes, 24 de noviembre de 2009

Veronika decide morir

¿Quién no conoce este libro? Probablemente, quien más quien menos, todos habéis oído hablar de él. A mí me lo habían recomendado mil veces, pero ya sabéis cómo va esto, la lista de libros se acumula y se acumula...
La cuestión es que ahora, dos años después de que me lo recomendaran, acabo de terminarlo, y es a mí a quien me toca ahora recomendaros a todos esta obra de arte. El argumento, supongo, lo conocéis: Veronika es una chica que lo tiene todo, es atractiva, exitosa y, sin embargo, no es feliz. Es por ello que intenta suicidarse, pero no lo consigue y es ingresada en un hospital psiquiátrico donde le anunciarán que, por daños durante su intento de suicidio, le quedan sólo cinco días de vida. Y estos cinco días le servirán a la protagonista -y con ella, al lector- para apreciar las cosas de la vida que hacen que nuestra existencia valga la pena.
Una reflexión sobre la locura inherente a la cordura. Una fuerte crítica a las convenciones sociales que deja al lector con ese sentimiento, ese que sólo un buen escritor puede transmitir, esa adrenalina que atrapa y pega a cada página del libro, dejando ganas de vivir pegadas a nuestras retinas. Y, por supuesto, ganas de volver a leer a Paulo Coelho.
En definitiva: leedlo, sí o sí. Que es corto (para aquellos con listas de libros pendientes, no será un problema) y, además, merece la pena.
Me he enterado, además, gracias al cotilleo por la red, que se ha hecho una película de este libro, aunque no ha sido estrenada todavía en España. Tal vez la tengamos en nuestras pantallas en 2010. La actriz que encarnará a Veronika es Sarah Michelle Gellar (la de Buffy, sí).
La verdad, soy poco amiga de las adaptaciones cinematográficas de los libros. Suelen decepcionarme y es posible que vuelva a pasarme lo mismo. Ojo, me encanta el cine, pero no nos engañemos, el guionista (Larry Gross) y la directora (Emily Young) tendrán difícil transmitir al espectador la estupenda voz de Paulo Coelho.
Sin embargo, dándoles un voto de confianza, aquí os dejo el trailer, por si os pica la curiosidad.


viernes, 23 de octubre de 2009

Buenas noticias

Mi marcapáginas ha estado cotilleando por Internet y se ha puesto como un loco, tironeando de mi manga hasta conseguir que le prestase atención. Y tenía motivos para hacerlo, lectoras y lectores: Alfredo Gómez Cerdá fue galardonado ayer con el premio nacional de literatura Infantil y Juvenil, que además de su gran dotación económica supone un enorme reconocimiento para los escritores de novela infantil y juvenil. La novela premiada ha sido "Barro de Medellín". De personajes complejos y creíbles, es una novela llena de sensibilidad y pasión, características muy propias de este autor que sin ninguna duda se merecía este premio.
Desde mi humilde blog, muchísimas felicidades.

martes, 20 de octubre de 2009

Crónica del desamor, de Rosa Montero

La portada que acompaña mi crítica muestra a una mujer sola y desnuda tirada en la cama, mirando la ventana expectante. La de mi libro, ochentera y con más encanto, muestra a una pareja que habla por teléfono, conectados con el mismo cable, mirando en direcciones opuestas. Ambas reflejan a la perfección la atmósfera de incomunicación y soledad que se dibuja a lo largo de la novela, pero sin duda carecen de la sensibilidad y la pasión que aportará Rosa Montero con cada una de las 241 páginas que escribió en 1979. No se asusten aquellos que renieguen del pasado y busquen actualidad; sus palabras resuenan hoy y cubren nuestros paladares con el regusto amargo de la soledad cotidiana, de la soledad de 1979 y también de 2009.
Rosa Montero nos introduce al mundo a través de la mirada de Ana Antón, la protagonista, madre soltera y trabajadora que trata de encontrar su lugar en el mundo. Combinando su desalentadora visión de la realidad, se entrelazan las vidas de sus amigas, todas ellas mujeres y con algo en común: el desamor. Desamor más allá de lo erótico y lo romántico. Desamor quizás hacia el mundo, hacia el sentido de la vida y hacia la trascendencia de lo más cotidiano.
La crudeza y a la vez sensibilidad de Rosa Montero logra elevar situaciones nimias a la categoría de artísticas y consigue que su novela, su crónica del desamor, haga nacer en nosotros un paradójico deseo de amar la vida.


Imprescindible para los que, como yo, han sentido escalofríos al leer alguna vez a esta autora.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El marcapáginas vuelve para quedarse.

Esta mañana, iluminado por el primer rayito de sol filtrado en una caótica residencia de estudiantes, el marcapáginas ha asomado su cabecita de entre las amarillentas páginas de un libro. Ha bostezado, se ha estirado y ha aprovechado para precipitarse a la cama donde una perezosa estudiante todavía dormía.
Ella ha agarrado el marcapáginas, ha abierto los ojos de golpe y, con los ojos fijos en un techo lleno de pegatinas, ha dicho "madre mía, ya estamos casi en octubre".

Así es, lectores y lectoras, el marcapáginas abandona hoy sus vacaciones para volver a este joven y aún ruinoso blog. Dentro de poco tendréis de nuevo mis recomendaciones literarias (que hablo aquí en plural y sólo he colgado una, ¡qué poca vergüenza!), todo evento literario del que pueda hablaros y demás temas. Hoy por hoy, os saludo a todos -si es que todavía os acordáis de mí ;)- y os dejo con un pequeño regalito, así, para comenzar bien la jornada 09-10 de "El marcapáginas": Un fragmento de "Los cínicos no sirven para este oficio" escrito por John Berger (el fragmento; que el libro es de Kapuscinski) que a mí me ha parecido una verdadera delicia.

"¿Por qué relatamos historias? ¿Para pasar el rato? A veces. ¿Para informar? ¿Para decir algo que no ha sido dicho todavía? Sí, a veces, sólo para ganarnos el pan de cada día o para hacer que la gente entienda lo afortunada que es, dado que hoy la mayor parte de los relatos son trágicos. A veces parece que el relato tenga una voluntad propia, la voluntad de ser repetido, de encontrar un oído, un compañero. Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de la vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido.
Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo vailentes. Entre las menos valientes, y no obstante, eficaces, está el acto de narrar. Estos actos desafían el absurdo y lo absurdo. ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y de la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos." John Berger.

Y con esto y un bizcocho... =)

miércoles, 3 de junio de 2009

De papel

De nuevo el típico debate: ¿libros electrónicos?
Me lo he encontrado en El País, esta vez. Curioseando entre la actualidad de la sección de cultura he dado con una entrevista estupenda a Eduardo Vilas. En la entrevista, hecha por Miguel Ángel Villena (madre mía, cuánto admiro a este hombre), Eduardo Vilas mantiene que el libro a papel pervivirá durante siglos.
Defiende la utilidad práctica del soporte de papel, el valor simbólico del libro y todo eso. Además, para evitar, supongo, la desesperación de esos amantes del libro en papel y tinta, añade:

"Ni la televisión acabó con la radio ni el cine con el teatro. Ahora asistimos, por ejemplo, al regreso de la moda del vinilo que vuelve a llenar hoy las tiendas de discos. ¿Quién lo iba a decir?"

Y hombre, esto queda muy poético y me ha encantado leerlo, pero no creo que haya más vinilos que CDs. Sea como sea, sus palabras han reanimado mi vena optimista, hasta que.... (y aquí se masca la tragedia)....

He visto la encuesta de El País, debatiendo sobre si la Feria del Libro ha hecho bien en prohibir la exposición de libros digitales. He participado en la encuesta, por supuesto. Y me he quedado algo sorprendida con los resultados.

Nada más, lectoras y lectores. Os dejo con estas tonterías que me han distraido un poco esta tarde calurosa. Me retiro, marcapáginas en mano, a seguir con mis lecturas.

martes, 2 de junio de 2009

Sí, nos influye la portada


O, al menos, esa es la conclusión que puedo sacar de la encuesta. El 52% de nosotros, una clara mayoría, afirmó que "es inevitable. Una buena portada siempre supone un reclamo". Vamos, que nos llama más la atención un libro con portada bonita que uno simple y en negro. Era de prever. Si no, a ver cómo explicamos el éxito de algún que otro libro/bestseller que ronda por ahí. Será todo cuestión de la purpurina.
Por el contrario, un 21% negó rotundamente elegir un libro por su portada. Mis aplausos para ellos, aunque no sepa muy bien cómo se lo montan. Supongo que será cuestión del título -que es otro factor, para mí, muy importante-.
La tercera respuesta más votada ha sido "Procuro no tenerlo en cuenta, pero si la portada no me gusta es difícil que me interese el libro", con un 16% de los votos. Más de lo mismo. Queremos dibujos; una portada en negro y un título en letra milimétrica tiene todos los papeles para quedarse estancado en una estantería. Qué le vamos a hacer. Incluso el lector más exquisito ha de hacer una primera elección a la hora de coger un libro para ver de qué trata, y en esa decisión ha de influir, lo queramos o no, la portada.
Por último, un 11% reconoce abiertamente verse influído por ella. Para qué andarnos con rodeos.

En cualquier caso, es evidente lo evidente: sí, blogueros y blogueras, nos influye la portada. Lo queramos o no. ¿Triste? ¿Decepcionante? ¿Fascinante? ¿Superficial? ¿Digno de un estudio psicológico o de un requiem a la lectura bohemia?

Sea como sea, y sin saber muy bien dónde posicionarme todavía, he de decir que ha sido muy divertida la experiencia. Os doy las gracias por la participación y por haber satisfecho la curiosidad de este ratoncillo de biblioteca.
Saludos a todos, abrazos y demás y, antes de irme, os dejo con el enlace a una de las portadas que consiguió atraparme con más facilidad. Una de mis favoritas.
La ladrona de libros.

sábado, 30 de mayo de 2009

Feria del libro

El último día antes de volver a mi ciudad natal (Pamplona), he podido disfrutar de uno de mis acontecimientos preferidos aquí, en Madrid: la feria del libro. No podía faltar, así que ahí me he plantado yo con algunos amigos y tantos otros conocidos a los que hacía siglos que no veía y que, curiosamente, siempre veo en este tipo de eventos. Sea como sea y sin irme por las ramas sobre lo bonito que es que la literatura nos una a todos (que lo pienso, pero no viene al caso ahora), me remito a lo que importa.
La feria está preciosa, como todos los años. Me encanta el ambiente que desprende, la gente cargada de bolsas llenas de libros, los que reparten marcapáginas -a fin de cuentas, ya conocéis mi debilidad con ellos- e incluso esos monstruitos azules que se empeñan en perseguir a los niños para darles abrazos. Nunca entenderé su función, a todo esto; algún año creo que invitaré a ese bicho azul a un café para que me cuente un poco de qué va el rollo del disfraz. Sería curioso.
En cualquier caso, me ha encantado y me lo he pasado como una enana. He visto a Alfredo Gómez Cerdá (un gran tipo, con tanta cola de fans como siempre. Muy merecida, por cierto), he cruzado con él algunas palabras y he salido de allí contenta como unas pascuas. Estaba en la caseta de la librería Kirikú y la bruja, que os recomiendo especialmente, porque por lo que he podido ver son muy animados y tienen encuentros de mucha calidad.
También he visto a Rosa Montero, así, de lejos, que me daba vergüenza acercarme. Y, por último, he visto a Jordi Sierra i Fabra.
Y aquí ya sí que hago una pausa.
Una pausa, en primer lugar, para aplaudir como siempre su entusiasmo y su gran humor con los jóvenes; y, en segundo lugar, para sorprenderme con su club de fans.

Sí, son esos que veis en la foto. La generación Jordilauriana, se hacen llamar, en honor a su nombre y al de Laura Gallego, por la influencia que esas dos figuras han tenido sobre estos jóvenes que, además de ser grandes y críticos lectores, se dedican también a hacer sus primeros pinitos en el mundo de la escritura. Y es que además de haber publicado tantas y tantas novelas para jóvenes, desde hace cuatro años entrega anualmente el premio Jordi Sierra i Fabra, para jóvenes menores de 18 años, publicando las novelas ganadoras en SM. Se nota la ilusión que transmite en ellos. Sólo hace falta leer la pancarta que esta mañana presentaban: "Generación Jordilauriana, liVres para soñar". Emociona verles, hablar con ellos, ver cómo conciben la escritura como un sueño un poquito más alcanzable.
Y, en fin, en esta entrada se me ha juntado un poco de lo que parece publicidad, emotividad y enlaces a diestro y siniestro. Sin embargo, creo que la ocasión lo merece. Y desde aquí os invito a que todos los que podáis visitéis la feria.
A mí me encanta. En ese sentido, puedo llegar a ser realmente friki.

Un saludo a todos y gracias por vuestra participación en la encuesta. He seguido los datos, y todo eso. En la próxima entrada hablaré de ellos, que el plazo acaba mañana.

lunes, 25 de mayo de 2009

Nueva encuesta

Inspirada en un comentario en la entrada anterior (gracias, Sta Julia), me he decidido a poner una encuesta en la página. La pregunta es la siguiente: "¿os influye la portada en la elección de un libro?"
Me parece un tema interesante, porque los grandes amantes de los libros afirman que fijarse en la portada es un aspecto tan superficial como lo puede ser admirar el papel de envolver en un regalo. En cambio, la portada está ahí por algo. Los ilustradores se esfuerzan muchísimo por dar a los libros el aspecto deseado y, de hecho, los autores muchas veces se quejan por no estar de acuerdo con el ambiente que transmiten.

Y tú, ¿qué opinas? ¿Piensas que la portada no te influye? ¿Vas directamente a leer el resumen sin fijarte en absoluto en la portada? ¿O eres de los que ante una portada impactante no pueden evitar coger el libro para, al menos, curiosear? ¿O de los que admiten que una portada sobria no reclama su atención?

Quiero saber vuestra opinión. Yo ya he puesto la mía.
¿Cuál es el objetivo de la encuesta? Curiosear, más que nada.

Venga, venga. El voto es anónimo. Nadie os va a tachar de superficiales, lectoruchos o pedantillos. Charlemos.

domingo, 24 de mayo de 2009

De todo un poco

Hoy me han preguntado, por quinta vez en mi vida, si me he leído El código Da Vinci. He dicho que no, como las cuatro veces anteriores. Por supuesto, se han vuelto a escandalizar; aunque esta vez me han dado una especie de voto de confianza. Han debido de pensar "esta bohemia que se compra libros de segunda mano, seguro que piensa que es literatura barata".
El sujeto en cuestión se ha encogido de hombros y me ha explicado sus razones.
-A ver, no es un buen libro. Pero no sé, chica, para pasar el rato...

Me he reído. ¿Por qué? Porque si no me lo he leído no es por eso.

No soy muy exquisita, en cuanto a literatura. Para nada. De hecho, soy bastante burra a la hora de elegir libros y, mal que me pese, los escojo según un criterio bastante ridículo (título, resumen final, y primer párrafo). Y no ando buscando la excelencia, ni mucho menos, ni me dejo guiar por las reseñas en los grandes libros Sobre Literatura, ni voy detrás del Premio Planeta nada más pronunciarse el fallo. De hecho, me he leído las cosas más variopintas, pasando por El perfume (maravilloso) hasta (y que me perdonen sus fans) Crepúsculo.
Sí, blogueros, he leído Crepúsculo (aunque no me haya gustado). Y tantas y tantas lecturas que muchos se avergonzarían de reconocer. Porque yo creo que hay que leer de todo.

Pero en fin, volviendo al hilo, que me he reído. Porque no he renunciado a leer El Código Da Vinci porque no esté a mi altura (y, madre mía, espero no llegar nunca a ser tan prejuiciosa). No me lo he leído porque no me gusta leer los libros cuando todos los están leyendo. Estúpido, ¿verdad? Ya. Me lo dicen mucho.

Me gusta leerlos cuando ya nadie habla de ellos. Quizás sea por la manía que tiene la gente de destripar finales, analizar escenas que todavía no he leído o -más terrorífico todavía- hacer películas sobre los bestsellers. Probablemente me lea El Código Da Vinci, dentro de unos años, así como también llegará el día en que me lea La sombra del viento.

Pero hoy por hoy, prefiero seguir buceando en los cajones de sastre. Un libro, un euro.
Y, la verdad, tiendo a ser bastante cabezota.

sábado, 16 de mayo de 2009

Bueno, bonito, barato


-¿Qué traes ahí, Jara?
-¡Me he comprado un libro de segunda mano!
-¿De cuántos kilómetros?

Pequeña anécdota para introducir mi incondicional amor a estos puestos de libros viejos. Hoy me han alegrado el día. Venía frustrada al encontrar cerrada la biblioteca y, mientras mascullaba improperios, he visto los puestos a lo lejos. He ido, a ver qué había, y he encontrado verdaderas joyas a precios ridículos.
Me he comprado uno, ¿cómo no? Todos mienten, de Soledad Puértolas. Porque no lo he podido evitar. Ahí estaba, con la portada algo doblada, las páginas amarillentas y alguna que otra marca hecha a lápiz. He salido de allí más contenta que un niño con un juguete nuevo. Lo he empezado a leer en el cercanías y parece una maravilla. De todas formas, creo que el hecho de que fuera de segunda mano me ha hecho más ilusión todavía. Me gusta pensar que alguien más lo leyó, no tener ni idea de quién fue e intentar imaginar las emociones que el libro le pudo suscitar. ¿Las compartimos? Quizás a él no le gustó (o a ella, se entiende. Esto de no tener género neutro...). Quizás se aburrió, no lo terminó, y decidió venderlo.
O a lo mejor le gustó tanto que pensó que quería compartirlo. O fue uno de esos libros regalados que piensas "me lo leeré cuando tenga tiempo", y se acumulan y acumulan hasta que pasan los años y te das cuenta de que ya ni recuerdas quién te lo regaló.

Sospecho que le gustó, en cambio. Es una especie de intuición extraña. Esa portada doblada, tan marcada, me hace pensar que se lo leyó de un tirón. Quizás en un viaje. En un tren, por pasar el rato. ¿Dónde? ¿Y quién?

Tiene su aquel, la pregunta de mi amigo guasón. ¿Cuántos kilómetros tiene ese libro?
No tengo ni la más remota idea.
Aunque imagino -porque soy así de fantasiosa- que tiene muchos. Muchos.
Y conmigo va a hacer unos cuantos más.


El marcapáginas ha hablado.

martes, 5 de mayo de 2009

Un poco de thinking

Vale, que sí. Que uso abusivo de los extranjerismos. Que hablar de los affaires del star system queda mucho más cool que hablar de las relaciones del famoseo. Puede que sean innecesarios, pero ¿quién decide qué es o no necesario en una lengua? ¿La Real Academia? ¿los medios? ¿tú? ¿yo? Absurdo. Tanto o más que hablar de footing, software, babysitter o reviews.
A los lingüistas -no todos, claro- parece crisparles. Y que sí, que tenemos un estupendísimo diccionario, y herramientas suficientes como para hablar nuestro idioma sin tener que pedir nada prestado de nadie. Pero no nos tiremos de los pelos.
Recomendar a los hablantes del castellano que sólo utilicen términos de nuestra lengua supone reconocer de una manera todavía más evidente nuestro sentimiento de inferioridad hacia la cultura norteamericana. ¿Cuál es el problema de hablar de Internet en vez de red? ¿Y de links en vez de enlaces? ¿Acaso nos da miedo que quede patente la supremacía tecnológica de los Estados Unidos? ¿Tanto nos acompleja?
No. No se trata de adoptar una actitud paternalista con nuestra lengua, como si el castellano necesitara que lo defendieran del villano anglosajón. Se trata de ser críticos, de decidir cuándo una palabra puede aportarnos algo y cuándo el castellano puede ofrecernos una alternativa mejor.
Eliminar todo rastro de los extranjerismos supone buscar una autarquía lingüística, supone cerrar los ojos ante la realidad globalizada que ahora mismo nos rodea, supone mutilar también una lengua rica en intercambios culturales. Es absurdo, además de inviable.
Como si el castellano no tuviera cosas más importantes de las que preocuparse.

Además, ya lo dijo F. Lázaro Carreter en uno de sus dardos:

Una lengua que nunca cambiara sólo podría hablarse en un cementerio.

sábado, 2 de mayo de 2009

La elegancia del erizo

Y aquí ha ido a posarse el marcapáginas caprichoso. El libro fue un regalo, y reconozco que ha sido un verdadero placer poder leerlo.
Muriel Barbery, la escritora, maneja con maestría el lenguaje, y nos introduce con una delicadeza sorprendente en el número 7 de la calle Grenelle, donde una niña superdotada y una portera con sensibilidad artística conviven sin conocerse.
Poco a poco, y combinando las reflexiones de ambas, asistimos a un verdadero canto a la vida y al arte. Las pinceladas de la cultura japonesa son frecuentes, también, en este libro.
Es uno de esos libros, uno de esos que empiezas sin saber muy bien a qué te enfrentas y, conforme te vas sumergiendo en sus páginas, descubres que has cogido cariño a cada uno de sus personajes y que no puedes abandonarlo hasta el final. Final que, por cierto, me arrancó alguna que otra lagrimilla.
En definitiva, altamente recomendable. La mejor adquisición del 2009, por el momento, y una auténtica joya que guardaré en mi estantería. Y pienso que cualquier enamorado de la literatura podrá disfrutarlo con la misma emoción.
Eso es todo. Mi marcapáginas duerme la siesta; esta noche le toca mudarse a otra novela.

lunes, 27 de abril de 2009

Mi marcapáginas

Cuando lo encuentras entre las páginas de un libro que tenías por casa, o en esa bolsa de tu última adquisición en la librería, no le prestas atención. Cuando comienzas la lectura y te ves interrumpido, temeroso de recurrir a la barbarie de doblar el papel, imprimes tus huellas en ese pedazo de cartulina tan infravalorado por todos.

No se para uno a pensar, quizás por su supuesta falta de trascendencia, en que, cuando uno coloca un marcapáginas en su libro, confía en él todos sus secretos. Uno confiesa, con sus dedos presionando la cartulina de manera más o menos cuidadosa –pues si bien existe un cierto rito con el cuidado del libro, rara vez se extiende también a nuestro débil protagonista-, uno confiesa, pues, el momento en que ha detenido su lectura. No es un momento cualquiera, y es poco acertado decir que ocurre por casualidad. Nadie abandona un relato en el momento en que este le atrapa. Más bien, aprovechamos esa franja de tiempo –entendiendo el libro como un viaje-, en el que decidimos que es un buen momento para descansar. Y ese momento, ese pequeño paréntesis en nuestro recorrido literario, se transmite entre susurros a un marcapáginas que recibe la información con cautela y, por si fuera poco, la salvaguarda de su pérdida.
Como el viejo salvavidas que nadie aprecia en un barco, sólo nos percatamos de su utilidad cuando se nos priva de su presencia y, con algún gesto torpe, conseguimos que se deslice de su destino original. Sólo entonces parecemos recordar que el marcapáginas es nuestro confidente literario, nuestro ángel de la guarda –si alguien prefiere acaso llamarlo de este modo-. Hasta entonces, lo conservamos con un cierto grado de indiferencia.
Poco valorado pero persistente en su empeño de acompañarnos en el viaje de la lectura, el marcapáginas se nos presenta de todos los diseños y colores, aguardando el cambio de libro en libro, conocedor de algo tan íntimo como es nuestra manera de leer, y lector también de cada palabra que recorren nuestros ojos.

Este marcapáginas que ha comenzado a hablar hoy es el mío. Poco nuevo tiene que añadir, quizás, pues no conoce más que el débil criterio de una persona que apenas comienza a leer. Pero es mi marcapáginas, al fin y al cabo, y revoltoso en mi estantería, pide a gritos un poco de protagonismo en este mundo de plumas.
Y, en fin, ¿quién soy yo para decirle que no?
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