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martes, 29 de noviembre de 2011

China, algo más que cifras

Hablar de China es enfrentarse al miedo a lo desconocido. Cuando un occidental se acerca a ella, le viene a la cabeza inevitablemente el apelativo de “gigante asiático”,  y de inmediato comienza a hablar de números, de PIB, de exportaciones, de potencia emergente, de “segunda economía mundial”. Pero China es algo más que cifras.
Muchos autores coinciden en que el auge de China en el comercio internacional va a desarrollar un nuevo orden mundial más descentralizado, que dé lugar a una nueva concepción de mercado, quizás más basada en el “capitalismo de estado”. No obstante, rara vez nos paramos a pensar qué conlleva un protagonismo tan evidente de China, más allá de los valores económicos. Son más cosas las que el país asiático puede exportar si sus decisiones adquieren relevancia a nivel internacional. Lamentablemente, no todas son buenas.
China es un país muy avanzado económicamente, pero socialmente le queda todavía mucho camino por andar. El Partido Comunista de China (PCCh) ha aniquilado desde los años 50 a toda una corriente de intelectuales por ser considerados contrarrevolucionarios, y desde entonces no se ha escuchado a una voz que no sea la oficial, la del Partido, la comunista. Mientras tanto, ante la pasiva mirada internacional, el Gobierno Chino ha perpetrado crímenes de manera continuada, ha vulnerado los derechos humanos de toda disidencia y pasado por alto las denuncias de organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional.
Baste decir el nombre de Liu Xiaobo, Premio Nobel de la Paz en 2010 por la redacción de la carta 08, un texto que a cualquier ciudadano de un país democrático pudiera parecerle evidente e inofensivo. Xiaobo fue encarcelado y su concesión del Nobel fue duramente criticada y censurada por el gobierno chino. No se puede olvidar tampoco a Ai Weiwei, artista que también fue detenido ilegalmente. Hay más, claro. La lista es larga: la represión en el Tíbet, el tráfico de órganos contra los practicantes del Falun Gong…
La represión, la práctica ausencia de derechos humanos, es desalentadora. Quizás por eso a muchos les entra el vértigo cuando piensan en ese nuevo orden mundial que, según anuncian las previsiones del FMI, estará controlado por China en 2016. EEUU, sin ir más lejos, observa al país asiático con recelo, pero no lo pierde de vista. No es baladí que en la última visita de Obama a Asia, con motivo de la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, se reuniese tanto con el Primer Ministro Wen Jiabao como con el presidente Hu Jintao. Sus relaciones son tensas; mientras Obama acusa a China de no cumplir las normas en cuanto a la cotización de sus divisas, China le acusa de interponerse en las disputas que mantiene con otros países asiáticos por las islas Spratly y Paracel.
China está tensa. EEUU ha anunciado que a partir de 2012 desplegará tropas en Dar-win (Australia), completando así un eje que se extiende también en Japón, Corea del Sur, Taiwán y Guam. Pero es evidente que también a Obama le sudan las manos cuando piensa en el país asiático. Por eso tanto control. EEUU tiene a China en su punto de mira.
No es el único. Los occidentales tememos a China, con el mismo recelo con el que se teme a lo misterioso e indescifrable. El Partido Comunista está lejos de ser un partido democrático, pero es un error de todos el asimilar a China con el PCCh que ahora mismo le gobierna. Los tiempos cambian, y la globalización llega para todos, tarde o temprano. China ha concentrado todos sus esfuerzos en la eliminación de la disidencia y de ideas contrarrevolucionarias, pero en algún momento descubrirá que cerrar las redes sociales (Facebook y Twitter están prohibidas) poco puede hacer para frenar la información que los chinos reciban desde occidente.
Tarde o temprano, los ciudadanos descubrirán que existe una alternativa. Quizás dentro de no mucho estemos hablando de una primavera china. En la actualidad, al menos, aumenta la escolarización de los niños, aumenta asimismo el PIB y la calidad de vida de sus habitantes, y se revela una cierta occidentalización de la cultura china. Poco a poco, todos imitamos, todos nos parecemos. Los países árabes del mediterráneo celebran ahora elecciones democráticas. China, por el momento, celebra ferias de gastronomía internacional y adopta al perro como animal de compañía. Tal vez esto solo sea el comienzo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El invierno árabe


Ha llegado la hora de Egipto. Hombres y mujeres aguardan en largas colas desde las 8 de la mañana para votar en las primeras elecciones sin Hosni Mubarak. Han tenido que esperar más de 30 años, pero los ciudadanos egipcios pueden recoger ya los frutos de la primavera árabe y los partidos políticos, tras las sombras bajo el mandato de Mubarak, podrán ser elegidos de manera democrática. Al menos, esa es la teoría.

No escasea el escepticismo a nivel internacional, ni tampoco entre los propios votantes. Conviene recordar que desde hace algunos días se producía una nueva oleada de revueltas que se saldaba con la intervención del ejército. La sangre corre en el país del Nilo con un caudal preocupante. Algunos, incluso, apuntan a que las cifras son más escandalosas que cuando todavía estaba Hosni Mubarak en el poder. La escritora cairota Ahdaf Soueif afirmaba: “hemos tenido 40 víctimas mortales en sólo cuatro días: esto es peor que con Mubarak.”

Tras su cese del poder, es el mariscal Mohamed Tantaui su sucesor provisional hasta junio, cuando termine el larguísimo y complejo proceso electoral. Mientras tanto, el SCAF (Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas) ha empleado la fuerza física contra la revolución, con actuaciones espeluznantes, como la matanza a la minoría copta que se manifestaba en El Cairo de forma pacífica en el pasado mes de octubre. La agresividad no frena con el paso de los días. Muy al contrario, Tantaui, mostraba una actitud amenazante con respecto a las elecciones, asegurando “consecuencias extremadamente graves” contra los “alborotadores” que interfirieran en el proceso.

Muchos se cuestionan si éstas serán limpias. Los ciudadanos no olvidan que Tantaui fue uno de los más cercanos colaboradores de Mubarak, y la tradición democrática de este país deja mucho que desear. No obstante, los egipcios depositan su confianza en las urnas, y los medios de comunicación hablan de éxito. En cualquier caso, una cosa está clara: Egipto se juega la credibilidad de su sistema democrático en estas elecciones. Y la Comunidad Internacional, por el momento, no le mira con buenos ojos.

Con respecto al ganador, todo apunta a los Hermanos Musulmanes, grupo político partidario de un gran protagonismo de la religión islámica en la vida política. Si los pronósticos se cumplen y los Hermanos Musulmanes se erigen como ganadores en la legislativa, la nueva constitución estaría basada en la Sharía (ley islámica) y las minorías religiosas, como los coptos, habrían de buscar su lugar en el país con una cierta dificultad.

Egipto no está solo. Se prevé que los frutos de la primavera árabe sean, a grandes rasgos, gobiernos islamistas. Túnez encontraba en Rachid Ghannouchi, líder islamista, al presidente de su primer gobierno tras la caída de Ben Alí. El mismo camino seguía Marruecos, que daba el poder al partido islamista Justicia y Desarrollo (PJD). También en Libia el presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafá Abdel Yalil, instauraba la Sharía hasta la convocatoria de elecciones. Las consecuencias aún están por revelarse. Sin ir más lejos, el caso de Libia trajo consigo la despenalización de la poligamia (pues así lo estipula la ley islámica), lo cual supuso un retroceso para las mujeres libias.

La Unión Europea critica duramente la islamización democrática de los países árabes, motivada en parte por este tipo de vulneraciones de los derechos de la mujer que una interpretación radical del Corán puede llevar consigo. Pero sus críticas tienen sus principales raíces en ese falso paternalismo que siempre ha mostrado el mundo occidental con los países árabes. No es momento de ser hipócritas, no creamos ser los más adecuados para velar por los intereses de la población árabe; hagamos memoria. No hace mucho Sarkozy recibía con los brazos abiertos a Gadafi y meses después vitoreaba en Trípoli su felicidad ante una Libia libre del dictador. Las preocupaciones de quienes ahora critican el islamismo en la vida política no siempre han ido más allá de los intereses petrolíferos.

El islamismo es peligroso, es cierto, cualquier radicalismo que ignora o minusvalora a parte de su sociedad, lo es. En ese aspecto, cabe reconocer que a la Unión Europea le mueve un escepticismo motivado, pero muchas veces peca de soberbia. Nuestro imaginario nos dicta que una democracia debe ser laica, entre otros muchos patrones que hemos asimilado como únicos e irremplazables. Sin embargo, una democracia no es más que la libertad en su estado más puro: la libertad de los ciudadanos por elegir qué desean para su país. Si lo que ellos ansían es, y así se demuestra en las elecciones, un gobierno islámico basado en la Sharía, a la Unión Europea no le queda otra que aceptar la heterogeneidad de la raza humana.

Lo que sí debe preocupar, no solo a la Unión Europea, sino de manera especial a la ONU, es la verdadera transparencia de las elecciones en unos países con una trayectoria democrática débil o problemática. Hasta ahí radica la función de Naciones Unidas.

Hoy es el turno de Egipto. En febrero llegará el de Yemen, y se prevé que el de Libia tenga lugar también en los próximos meses. La primavera árabe se hace invierno, y evidentemente ya no todo son flores. Decae la esperanza y llega el frío. Pero muy lejos de la crítica fácil hacia lo diferente, muy lejos de considerar el modelo occidental como único modelo legítimo, la ONU deberá vigilar, proteger, que todos y cada uno de los ciudadanos tengan derecho a decidir de manera libre el modelo de estado que desean.

No olvidemos la primera lucha que motivó las revueltas que comenzaban hace casi un año en Túnez. No olvidemos su auténtico objetivo: no era otro que la libertad. 

Texto: Jara Santamaría
Imagen tomada de El País.

martes, 8 de noviembre de 2011

Los inversores exigen la dimisión de Berlusconi

En España, José Luis Rodríguez Zapatero convoca elecciones anticipadas; en Grecia, Papandreu anuncia su dimisión. Ahora, es Berlusconi el siguiente en ver su cargo de Primer Ministro Italiano contra las cuerdas.

Su puesto no peligró tras los escándalos sexuales, pese a verse envuelto en rumores sobre la contratación de prostitutas menores de edad, ni pese al divorcio con su esposa tras su presencia en diferentes fiestas en compañía de varias modelos. Tampoco lo hizo su constante problemática con la justicia, sus acusaciones por malversación de fondos, fraude fiscal, falsedad contable e intento de soborno a un juez, aunque él mismo reconociera habercomparecido hasta 2.500 veces en 106 procesos (con un coste legal de unos 275 millones de dólares); ni tampoco la más que dudosa libertad de prensa en su imperio mediático.

Ha tenido que ser la crisis de los mercados la encargada de apretar la corbata de Berlusconi, un líder siempre en el punto de mira de sus ciudadanos pero capaz de salir airoso de toda polémica. Hoy, en cambio, ha perdido la mayoría absoluta e incluso su aliado Umberto Bossi, secretario general de la Liga Norte, le ha instado a dimitir. Poca confianza queda para Silvio Berlusconi, ahora que los inversores han castigado su presencia. La estrepitosa caída de la bolsa el día de ayer hizo saltar las alarmas de la eurozona, y tan solo una posible dimisión de Il Cavaliere parecía ser capaz de reanimar a los inversores.

Italia lo ha comprendido: con Berlusconi al mando, no hay salida de la crisis. La reputación de su líder supone un lastre en sus intentos de salvar su economía (que a día de hoy sufre de una prima de riesgo de 381 y ha llegado incluso a los 490 en las últimas horas). Decía ya la semana pasada Umberto Eco que, sin la presencia de Berlusconi en el gobierno “hubiéramos tenido esta crisis económica, pero el problema habría sido más leve. No es respetado en el extranjero y, por lo tanto, no puede representar al país.”

El Primer Ministro ha conseguido ya sacar adelante una enmienda que adopta las medidas que el presidente del Consejo había indicado en su carta a la Unión Europea, pero solo gracias a la abstención de una preocupada oposición. Stefano Folli, respetado comentarista italiano, afirmaba que "la mayoría (en el poder) parece estar disolviéndose como un muñeco de nieve en la primavera", de hecho solo consiguió los votos a favor de 308 de los 630 escaños. Incluso el Subsecretario de Defensa, Guido Crosetto, partidario de Berlusconi, coincidía: "No sé cuántos días o semanas le quedan al Gobierno. Ciertamente una mayoría que depende de tan pocos votos no puede continuar por demasiado tiempo".

Mientras Berlusconi niega los rumores de renuncia e incluso amenaza con buscar a los “traidores” responsables de la revuelta incluso en su propio partido, a los italianos les queda comprobar si es cierto eso que se dice de que muerto el perro se acabó la rabia. La crisis económica en la que se ve sumida Italia es altamente preocupante: la deuda pública supera el 120% del Producto Interno Bruto del país. Los analistas insisten en que Italia no es Grecia; su economía es la cuarta de la Unión Europea, y ésta no cuenta con capacidad para rescatarla.

Además, no puede olvidarse que Italia no dispone de un programa de reformas económicas que pueda evitar el crecimiento de la deuda mediante una reducción paulatina del déficit. En su lugar, existen propuestas inconcretas e iniciativas constantemente rechazadas por la oposición o incluso por miembros del gobierno. Al respecto, afirmaba también Umberto Eco que "la oposición está tan enferma como Berlusconi. Están peleando uno contra el otro, así que son incapaces de ofrecer una alternativa atractiva. Ésta es la segunda tragedia de la historia”, y está por ver si será capaz de aunar sus esfuerzos para salvar un país que ha perdido ya la confianza no solo de sus ciudadanos, sino también de los mercados.

Por lo pronto, si algo ha demostrado la crisis es que el poder del mercado es el que verdaderamente maneja los hilos de la política europea. Lo que no ha conseguido un sinfín de escándalos personales y profesionales lo ha logrado la presión de los inversores. Hoy, tras años de críticas sin verdaderas represalias, Il Cavaliere ve tambalear su presencia en el gobierno. Como se ha demostrado también con Zapatero o Papandreu, parece que una ola de cambio persigue a los integrantes de las peyorativamente llamadas PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España). Solo el tiempo dirá qué líderes resisten y cuales, en cambio, deben optar por retirarse.

martes, 18 de octubre de 2011

La ONU y el Nuevo estado de Libia

(Como últimamente os bombardeo con trabajos de clase y no os quejáis, aquí va otra reflexión con mi compañera Alba Ruiz Galiano)



Crear una democracia en un país fuertemente reprimido durante más de 40 años no es fácil, y cualquier proyecto democrático nace en el país magrebí con una especial fragilidad. Es difícil respetar los derechos humanos con el enemigo si durante prácticamente medio siglo todo cuanto se ha visto es represión y violencia. ¿Cómo lograr que el proyecto democrático de Libia sea un verdadero espacio de libertad individual, igualitario independientemente del sexo, la religión o la etnia? Incluso Egipto, hasta hace unos meses un ejemplo a seguir para la primavera árabe, hoy ve tambalear su democracia a causa de las disputas religiosas entre musulmanes y coptos, que han traído consigo muertes, desconfianza y la dimisión del viceprimer ministro de finanzas.

El mayor reto, pues, parece la formación de una auténtica democracia que garantice el derecho al voto a todos los ciudadanos, sin represiones de ningún tipo. Pero esa libertad no se consigue simplemente impidiendo el uso de las armas o las amenazas en el proceso electoral, aunque evidentemente esa sea una prioridad. Lo verdaderamente complejo, y precisamente fundamental para la libertad del individuo, es la correcta representación de toda ideología más o menos predominante en la sociedad libia. 

No es fácil, y menos tratándose de una sociedad azotada por la violencia de una guerra civil que deja a su paso víctimas por razones ideológicas. El miedo y la desconfianza traerán consigo la abstención y el silencio de muchos colectivos, que evitarán formar parte del proceso democrático con temor a una posible represalia. La transición democrática no es nada sencilla y no hemos de mirar demasiado lejos para comprobarlo: también España vivió con recelo los primeros años de democracia tras la represión de la dictadura franquista. 

En cualquier caso, en este aspecto, la ONU tiene un papel fundamental pero, como anunciaba el pasado 15 de septiembre Helen Clark, Administradora General del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), “la democracia no se puede exportar ni imponer; debe tener su origen en la voluntad del pueblo”. Con motivo del Día Internacional de la Democracia, Clark proclamaba este mensaje y añadía: “los demás podemos prestar apoyo al camino que eligen las naciones para colmar sus propias aspiraciones de equidad, inclusión y empoderamiento”. 

Así pues, afirmaba que la amplia experiencia del PNUD podía y debía aportar su granito de arena en Libia de la misma forma que lo ha hecho durante años en muchos países en transición. Sin ir más lejos, el pasado año, ese programa dedicó más de 1.600 millones de dólares al establecimiento de la gobernanza democrática (según anuncia la página web de la ONU), y actualmente apoya a uno de cada tres parlamentos del mundo en desarrollo e interviene en apoyo de unas elecciones, como promedio, cada dos semanas.

Es difícil formarse una opinión sobre la actuación de la ONU en casos como éste. Parece evidente que hay algo de cierto en aquellos que critican el oportunismo de Naciones Unidas y en quienes hablan de intereses petrolíferos. No es baladí que el presidente del CNT, Mustafa Abdel Jalil, anunciara que los países que apoyaron la oposición en la lucha contra Muamar el Gadafi tendrán “prioridad” en los contratos petrolíferos. Sin ir más lejos, durante la visita de Sarkozy y Cameron (calificada de “desinteresada” por el primer ministro francés), Abdel Yalil anunciaba: "como buenos musulmanes creyentes, nosotros sabremos agradecer sus esfuerzos y ellos tendrán prioridad dentro de un marco de preferencia".

Pese a toda especulación acerca de la motivación de la ayuda aliada, bien es cierto que no puede negarse que países sin una experiencia democrática como lo es Libia no están preparados para formar un Estado de Derecho y precisan de la intervención internacional para preservar los derechos y deberes de todos sus ciudadanos. 

Construir una democracia es algo más que eliminar la pistola que amenaza en la nuca de los votantes. Es inculcar los valores de la verdadera libertad, eliminar el miedo y favorecer la auténtica representación y el diálogo de la sociedad libia. Lamentablemente, eso no es algo que pueda imponerse desde fuera, sino que debe surgir desde el interior del pueblo magrebí. Como dice Manuel Escudero en la Tribuna de El País, “no hay modo de sustituir a un pueblo hasta que, por prueba y error, él mismo construye y consolida su propio régimen de libertades”, y tanto en el caso de Afganistán como en el de Irak ha quedado patente que ninguna intervención exterior puede sostenerse durante el tiempo necesario para inducir a un estado a un proceso sólido de democracia.

Además, de poco sirve la actuación de la ONU sin la cooperación de los países emergentes (India, China, Brasil o México), que hasta el día de hoy no se han comprometido de manera efectiva en la intervención en conflictos de índole internacional. Del mismo modo, sería necesaria una implicación por parte de las grandes empresas globales que, por su carácter trasnacional, se alejan de los intereses específicos de los estados y de la problemática internacional; y, sin embargo, su poder es tal que algunas de las mayores empresas producen más que 160 estados de los EEUU en su totalidad.

No obstante, y al menos de momento, la Comunidad Internacional no puede ni debe quedarse de brazos cruzados. La supervisión del cumplimiento de los derechos humanos es vital en estos momentos de cambio, y la ONU debería erigirse como garante de su acatamiento. La Comunidad Internacional, dada su larga experiencia democrática, debe ser una guía en este nuevo proceso que experimenta el país. Una guía que enseña, pero no impone. Una muestra de la implicación por una paz mundial y por la creencia en democracia, que no se limite a actuar conforme a intereses económicos en torno a sus recursos naturales, sino que se muestre dispuesta a comprometerse al verdadero desarrollo humano y político del nuevo estado de Libia.


(En la fotografía, sacada de El País, rebeldes libios queman ejemplares del Libro Verde, redactado por Gadafi).

martes, 27 de septiembre de 2011

Los medios y los conflictos internacionales

Hace mucho que no actualizo el blog (becariear es duro), así que aprovecho una reflexión que nos han hecho escribir en clase para reabrir el marcapáginas... 


Que la presencia de los medios de comunicación es necesaria para la existencia de una verdadera democracia es algo que a nivel internacional se da por hecho. Tanto es así que la libertad de información aparece recogida en documentos como la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, en su artículo 11. Para que el ser humano sea libre, ha de tener acceso a la información.


¿Pero en qué calidad recibe el ciudadano ese mensaje? ¿Acaso los medios se erigen verdaderamente como unos instrumentos al servicio de las personas para garantizar su libertad? Son varios los ejemplos a lo largo de la historia que demuestran que, en ocasiones, los medios de comunicación se han comportado como los hilos que manejan el títere de la opinión pública en favor de intereses de un gobierno o poder concreto. En el complicado entramado internacional, plagado de guerras y conflictos incesantes en unas y otras partes del mundo, parece evidente que los medios ejercen (de manera más o menos consciente) una manipulación sobre sus lectores e, indirectamente, sobre la propia política internacional de los Estados.


Ante esta situación, uno puede encontrar fisuras en el cumplimiento de ese derecho a la libertad de información que tan impecable permanece sobre el papel y que con tanta facilidad se manipula en la práctica. La mal-información, así como la desinformación, son armas tan utilizadas como peligrosas, y uno no puede sino advertir lo que ya señalaba María Teresa La Porte: "en una sociedad en la que el conocimiento de lo público se adquiere a través de la información de los medios de comunicación, importa tanto lo que las cosas son como el modo en que se presenten a través de éstos".


A lo largo de la historia podríamos encontrar ejemplos evidentes de manipulación informativa. Sun Tzu dijo una vez que “en la guerra la primera víctima es la verdad”, y prueba de ello es el ingente y descarado volumen de propaganda que las Guerras Mundiales trajeron consigo. Desde la creación de un sentimiento belicista en una sociedad que no buscaba emprender una guerra (como tan magistralmente demostró la Comisión Creed en EEUU durante la Primera Guerra Mundial) hasta la constante apología europea apelando al sentimiento de fraternalismo ante estados de ideología “atrasada”. Entre tanto, omisión de información y mentiras. Ya en los años 80, durante la Guerra del Golfo, la CNN mostraba centelleos en el aire para evitar mostrar las verdaderas y devastadoras consecuencias de las bombas en Iraq y los ciudadanos miraban la televisión sintiéndose informados. Y es ese, precisamente, el modelo más pernicioso de censura, aquella tan hábilmente encubierta que escapa a la atención de sus víctimas.


Por supuesto, la sociedad no es lo suficientemente inocente como para creer a pies juntillas todo aquello que aparece en los periódicos. Y menos ahora, gracias al desarrollo de la web 2.0., donde versiones minoritarias pueden ser contadas de una forma antes impensable. Pero ni siquiera  a día de hoy el ciudadano tiene pleno acceso a la Verdad y, pese ser consciente de ello, poco puede hacer por cambiar su situación.


Los medios de comunicación, afortunadamente, no siempre mienten. En muchos casos, desconocen la verdad. No se debe olvidar que la información internacional recae en manos de no más de cinco agencias de comunicación con verdaderos medios para cubrir la información global, y ni siquiera ellas tienen pleno acceso a todos los lugares del mundo, ni contratan a corresponsales en todas las zonas de conflicto, ni por supuesto tienen libertad de información en todos los países a los que intentan acceder. En este contexto, el escepticismo de la ciudadanía crece, pero poca opción tiene más allá de contrastar la visión de dos o tres medios cuyas fuentes posiblemente sean las mismas. Y, a la postre, no queda otra que confiar en la veracidad de lo que se cuenta, aun a sabiendas de que hay muchas otras cosas que no se cuenten. Algo tan simple como un reportaje sobre la crisis humanitaria de Somalia ha logrado movilizar a cientos de personas a emprender acciones solidarias hacia un Estado que ya desde hacía tiempo sufría de hambruna. El efecto llamada de un mensaje mediático es tal que los medios son quizás aquél cuarto poder que verdaderamente mueve el mundo.


Tal vez, por poner un ejemplo, si los medios hicieran un mayor hincapié en las barbaries que a día de hoy cometen los rebeldes libios contra los seguidores de Gadafi la opinión pública a nivel internacional vería la revolución libia con más cautela. En su lugar, recibimos imágenes de Cameron y Sarkozy sonriendo en Trípoli por un país libre. La simple elección de un titular, o una fotografía, podría conllevar la formación de grupos de disidencia, de manifestaciones o del rechazo en Francia al apoyo de un grupo violento con poca apariencia democrática. Quizás eso presionaría a Sarkozy, quizás eso no compense. Como tampoco parece compensar la profundización en las críticas a la falta de derechos humanos que (pese a la reciente proclamación del sufragio femenino) sufre la mujer en Arabia Saudí; tal vez por ser una de las mayores fuentes petrolíferas del mundo.


Pero algo está claro. Más allá de esta realidad, que podría provocar un pesimismo generalizado en quienes ejercen la profesión de informar y, por tanto, una resignación a que cambiar el mundo es una causa perdida, no debemos olvidar el fundamental papel que sí ejercen los medios de comunicación en la Sociedad Internacional. Día a día miles de reporteros salen a las calles en busca de la verdad incómoda, desconfiados de la versión oficial de los hechos. Tanto es así que esta labor se ha llevado ya las vidas de 41 periodistas en lo que va del año, como es el ejemplo de los recientes asesinatos en México por desvelar una red de narcotráfico. Su denuncia social trae consigo cada día una mayor concienciación de la población, que se moviliza, que comprende los problemas que hay a su alrededor y decide actuar en consecuencia. Ese es y debe ser el papel de los medios de comunicación en la Sociedad Internacional: el de puerta hacia el diálogo por una realidad más justa. Y esa labor se empieza desde el principio, en el quehacer diario de cada periodista. En la inconformidad y la búsqueda, por encima de todo, de la honestidad.




martes, 29 de marzo de 2011

Raúl del Pozo: “Las alas de la libertad son de papel”

Siempre he pensado que un artículo es una novela de 500 palabras, y que una novela es un artículo de 300 páginas”, ha dicho Raúl del Pozo después de hacerse con el Premio Primavera de Novela, pero afirma que la llegada de Internet le ha hecho matizar esta observación; ahora el periodista debe ceñirse a la más inmediata actualidad. En entrevista con El Boletín de la semana, del Pozo asegura que “las alas de la libertad son de papel” aunque vea al periodismo en papel sometido a una innegable amenaza a la que, en cambio, “sobrevivirá”, asegura.

Sin embargo, reconoce las interesantes potencialidades de la Red y la considera la nueva galaxia del periodismo actual. “Internet está creando una nueva retórica, un nuevo estilo”, y apunta que los periodistas, así como los novelistas, habrán de adaptarse también a esa manera de escribir.



Si bien como periodista ha recibido diversos premios a lo largo de su carrera, como el Premio del Club Internacional de Prensa, aún se considera un “novato” como escritor, según el mismo confiesa. Hoy suma un nuevo premio, con su “El Reclamo”, que traslada al lector a las partidas de los maquis durante la posguerra española.

El Reclamo”según apunta Antonio Soler, escritor y miembro del jurado, huye del maniqueísmo y ofrece una gran profundidad psicológica “donde los buenos no son tan buenos, ni los malos tan malos”. De esta manera, Raúl del Pozo buscaba “no dividir este país, como está siempre dividido, entre héroes y villanos”, explica él mismo. El lector encontrará guardas civiles comiendo con navaja y muertos de frío, y maquis llenos de contradicciones.

El premio, otorgado conjuntamente por la Editorial Espasa y Ámbito Cultural, ha nombrado finalista a Alejandro Palomas, con “El alma del mundo”, una historia de amor en todas sus potencialidades: hacia lo hecho, hacia aquello que no ha llegado a suceder, hacia la nostalgia… una “invocación a aquello que no me sucede en la vida pero quiero que me pase”, cuenta el autor. Sus personajes, dos ancianos, se conocerán en un asilo, “y como no tienen nada que perder, darán lo mejor de sí mismos”.

El jurado del premio, con una dotación económica de 200.000 euros para el ganador y 30.000 para el finalista, está presidido por la escritora Ana María Matute, y compuesto por Antonio Soler, Ángel Basanta, Ramón Pernas, Ana Rosa Semprún y Miryam Galaz como secretaria sin voto.

(Sí. Muy desactualizada. La publiqué en su tiempo en El boletín de la semana, pero se me olvidó meterla por aquí!!)
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