domingo, 16 de junio de 2013

16/06/2013

Por suerte, no recuerdo.
No recuerdo tus historias raras de vendas en los ojos, los destellos de inframundo en las carreteras, ni las líneas de la palma de tu mano. De si tú, de mí, si sí o si no. Casi se me olvida eso de cantar a pleno pulmón, labio contra labio, y gritarte mis letras en tu garganta.
Si abro los ojos, casi no recuerdo el incendio de tus manos en mi ropa.
Lo admito, ¿sabes? he olvidado por completo ese día en que me prometí no olvidar. Ya no significan nada esas noches en las que mi integridad física importaba menos que el dulce balanceo entre copas y aceras. Carecen de sentido esos laberintos nocturnos en los que ni yo conocía a nadie ni nadie me conocía, esos en los que inventaba un escenario donde yo podía ser la persona que yo quisiera, qué más da, y embriagándome en un acento británico barato sacado de Skins hablaba con todos y con nadie, sonreía de lado y observaba lo desconocido sumergida en mi camuflaje con las calles. Como si siempre hubiera estado allí. Como si siempre hubiera pertenecido a esa ciudad suicida y no hubiera nada inaudito en esa gente y esas chicas sin medias en febrero.
Tal vez sí fui parte de esas calles. Por una noche. Pero hoy no lo recuerdo.
Quizás te hayas hundido entre los pliegues de mi ropa, o te ocultaras en la comisura del último beso.  Siempre supiste hacerme perder la paciencia jugando al escondite.

Esta vez no iba a ser distinta. 
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