domingo, 30 de noviembre de 2014

Cerveza-ficción, decían.

Él no bebe cerveza.
Creo que no hay vocabulario todavía que describa lo que ocurre cuando sus labios la tocan y hasta el vaso se estremece.
No es algo que se vea todos los días. Creedme si os digo que entre ellos ocurre algo que te hace sentir indiscreta si lo miras. No sé quién seduce a quién, ni sé mi papel cuando se acerca a ella y se empapa los labios. Le he visto entrecerrar los ojos antes de dejarla entrar. He imaginado su lengua apretándola contra el paladar y analizando sus detalles. Descubriendo sus aromas y desnudándola despacito.
La mira, mientras tanto, escondida en su vaso.
Ella baila y él echa su cabeza hacia detrás.
Se lo veo en las pupilas: se le forman palabras. Ácida, alcohólica. Le busca las cosquillas, la escucha. La entiende. Puedo imaginar cómo se siente esa cerveza, expuesta en su boca, desnuda y sin secretos, bailando entre sus labios porque, en fin, cómo no vas a dejarte hacer. Si te hacen tan bien.
Yo le observo sin entender nada cuando él le da una segunda oportunidad a sus palabras y la vuelve a probar, insistente, sin dejar el vaso. No le entiendo y él lo sabe. No digo nada. Les miro incómoda y fascinada ante el erotismo de sus labios contra el cristal.
Deseando ser cerveza

al menos, un ratito.

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