viernes, 11 de febrero de 2011

Carta a un viajero


La primera vez que nos vimos, yo tenía la cabeza apoyada en el hombro de mi padre. Tú dabas vueltas por el cercanías y decías eso, eso que dices siempre con un monólogo casi aprendido, toda la retahíla de “buenas noches, lo primero de todo perdón por molestarles…”. Pasaste frente a nosotros y creíste que éramos una pareja. Mi padre se indignó, negó con la cabeza y murmuró por lo bajini. A mí en cambio, por alguna razón, me resultaste bastante divertido. Me reí. Me miraste y no entendiste muy bien por qué, pero también te reíste.

“Cada día vengo aquí y pido su colaboración, porque es lo más digno que puedo hacer...”. Yo te di una moneda, y dijiste “gracias”.

Una semana después, volví a subirme a esa línea de cercanías. Agotada, cargada de peso y con un mal día a cuestas, me dejé caer en un asiento y me dispuse a mirar por la ventana hasta que lo escuché.

-Buenas noches, lo primero de todo perdón por molestarles…

Ahí estabas tú, otra vez. Tus ojos azules, tus botas de monte, tus vaqueros y tus primeras canas; repitiendo lo mismo. Conforme hablabas la gente miraba al suelo, y supongo que eres consciente de que es lo que suele pasar. Siempre es más cómodo mirar al suelo. Recordarse a uno mismo que “así no es como deben hacerse las cosas” es indiscutiblemente más cómodo evitando la mirada directa de quien te pide ayuda.

Yo no era consciente. No del todo, o al menos no lo hice a propósito, pero sí te miré. Porque te había reconocido, porque habías confundido a mi padre con mi pareja y porque era un divertido disparate que, traído a la memoria, aliviaba un poco el mal día. Y sonreí.

Y me viste. Y paraste el discurso.

“Gracias. Gracias, por tu sonrisa”.

No me reconocías, no sabías a qué venía. Pero supe que lo decías en serio, te entendí en seguida. Te entendí porque yo también agradecí tu sonrisa. No supe qué decir, así que asentí con la cabeza, te di una moneda y dije “suerte”.

Cada viernes, con alguna excepción, vuelvo a verte en el tren. Caminando por el vagón de arriba abajo, diciendo “buenas tardes, lo primero de todo perdón por molestares…”, y me quito los cascos para poder oírte hablar y que, por un momento, olvides eso de que la gente mira al suelo. Te doy una monedilla, “no mucho, no hay más”, suelo decirte, pero algo me dice que vale más lo otro, lo de quitarme los cascos y mirarte a la cara.

“La que siempre me sonríe”, me has dicho hoy, y algo se ha movido en mi estómago al ver que efectivamente me reconoces. Te he dado la moneda y he dicho “el que siempre me sonríe”. Porque sí, no sé si te has dado cuenta, pero las sonrisas son intercambiables y valen mucho, y cada día que te encuentro en el tren compartimos un poco de alegría, otro tanto de “te entiendo, te veo, aunque no sepa nada de ti”, y algo de calderilla. No es mucho, ya lo sabes, sé que te lo esperas, pero te da igual.

No es así como deben hacerse las cosas. Esto es muy cómodo, si quisiera buscar un trabajo, lo encontraría. Me lo han dicho siempre. Han intentado inculcarme la idea de que no hay que contribuir a ese tipo de cosas porque va en detrimento de ellos mismos. Y no pretendo dármelas de heroína: puede, es muy posible, que tengan razón. Es muy posible que tú no lo estés haciendo bien, pero tampoco yo sé hacer bien las cosas muchas veces.

Así que no, no necesito saber tu historia, ni siquiera tu nombre. Puedes seguir siendo “el que me sonríe”, que yo haré lo propio. Y un día de estos, tal vez la próxima vez, sabré responderte a ese “gracias”. Ese “gracias” que sé que tiene implícito un “gracias por este voto de confianza, por tu altruismo, por no juzgarme”. Sabré responderte y diré “gracias a ti”. Por sonreírme, por mirarme y reconocerme en el vagón. Por ese voto de confianza, por tu altruismo, por no juzgarme tú a mí.

A fin de cuentas, no se trata de darte la moneda. La moneda es lo de menos y lo sabes muy bien; que esto no va de caridad. Esto va de que tú me das una sonrisa y yo a ti otra. Uno por uno. Y que la gente piense y diga lo que quiera.

Por eso, gracias.

7 comentarios:

  1. Él lo hace especial. Por muy cliché que suene :)

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  2. Precioso. Muy cercano para todos, muy común a todos, por desgracia.

    =)

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  3. Sencilla y preciosa, Jara, para variar. Da gusto pasarse por tu blog para leer estas joyitas :)

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  4. Me parece precioso, Jara =3 me ha encantado (como todo lo que haces en realidad, sabes que aunque no hablemos casi ahora, siempre te admiro a la sombra). Besitos

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  5. Gracias, Raquel y Alba :) Qué guay teneros por aquí!

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  6. una historia grande que habla de cosas pequeñas. Muy bonita.

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