Si me desobedecieras esta noche, vacilaría unos instantes y te haría creer que no me importa. Lo dejaría pasar.
Solo por esta noche. Porque la luna no está llena, pero si nos esforzamos lo parecería, e iluminaría mis pendientes, y mis pendientes se reflejarían en tus pupilas, y yo me creería cualquier cosa que me dijeras si lo dijeras muy bajito.
Siempre y cuando me desobedecieras.
Si lo hicieras, te dejaría hacer. Expuesta, inocente, ignorante. Conscientemente suicida.
Sin venda en los ojos pero sin mapa al que aferrarme. Y si tú señalaras el camino con uno de tus dedos no miraría nada más. Y después, todavía apretando las colillas contra el suelo, te besaría. Cuando tú te abalanzases sobre mí y creyeses que eras tú quien me habías besado a mí. Te engañaría, y murmurando estás loco, qué haces, te he dicho mil veces que esto no puede ser, me aferraría a la camiseta de ése grupo al que vimos en un concierto –gritando, de la mano, torturando nuestras gargantas con la euforia de gritar juntos-, y la arañaría fuerte para no perder el equilibrio. Y mis pies trastabillarían. Y tú te separarías con esa sonrisa de quien piensa que ha ganado sin saber que la partida era suya desde el principio.
Si me desobedecieras, aguantaría la respiración un rato y te retaría a apurar la cerveza. Y miraría hacia esa luna que no está llena pero casi, y no soltaría ningún tópico de la fugaz eternidad del momento ni de esa tontería de que tal vez tú y yo podamos vivir para siempre. Lo pensaría en silencio, pero diría eres insistente, ¿eh?, hasta que tú dibujaras esa mueca de niño travieso y alzases los hombros con falsa inocencia.
(...)
¿Quitándonos el miedo a medias, Jara?
ResponderEliminarSi nos dejas ver hasta el ombligo, termina de subirte la camiseta.
Ya sabes lo que opino del texto.
Un saludo,
Yuste.
Genial, como siempre...
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